viernes, 27 de enero de 2012

SER PACIENTE

La paciencia, esa gran virtud irreconocible, perdida en combates imaginarios llenos de una agresividad natural mal digerida que arremete contra todo y contra todos. ¿Cuándo la perdí? ¿Qué hay que hacer para recuperarla?
Sé que está en juego no sólo una vertiente antisocial, si no también y sobre todo una sensación de engreimiento, como un verdugo sin aplomo –ni longanimidad- que camina a pecho descubierto sin miedo a ser señalado. Convertirme en un ser constantemente impaciente o estar en paz conmigo mismo; sentir cómo la frustración fluye por tus venas, cómo ese veneno endiablado avanza impunemente por doquier hasta cubrirte de un oscuro rencor lleno de energía negativa, cuando tú sólo esperas que pase de largo y acabe dejándote tranquilo de una puta vez. Así es de incontrolable esta maldita guerra interior que pretende –ilusoriamente- hacerme llegar tarde a todo.
La gente en el trabajo critica por tener algo de que hablar. Como decía mi madre, donde hay gente hay envidias. Y cuando no hay nada de que hablar, intentan establecer vínculos ficticios, la mayor parte de las veces obligados por un sentimiento de pertenencia que resulta inútil y extraño a ojos del que te paga la nómina a final de mes. Reconozco las reglas sociales básicas, pero muchas no las comparto y las considero completamente innecesarias. ¡Ay de mi, Schettino! Pobre diablo sin suerte ni ventura, esclavo de mi ser carnoso y cruel -bendito terrone-, ni por los mínimos básicos te salvas al fin y al cabo.
Estoy harto de ser condescendiente. Harto de pensar que tengo que serlo. ¿Quién me ha otorgado semejante poder? ¿Con qué propósito me creí mejor que los demás? Me paso las noches enteras buscando amparo entre la ausencia de empatía y el deterioro de la culpa, desternillándome con la falta de escrúpulos de la artificialidad más banal. Pero, ¿acaso no me he equivocado de camino? Cuánto aprendí con la de bandazos que pegué... ¿es que eso no cuenta, al menos siguiendo la aceptación griega en su sentido más estricto? Y lo más importante, ¿cuándo se callarán esas malditas voces involutivas que torturan al aprendiz día tras día?
La paciencia. Esa nefasta virtud olvidada, defenestrada por la poca voluntad de servir y la intransigencia del prójimo. Como si no estuviese en paz conmigo mismo, como si la distancia hacia mi madre fuese una losa demasiado pesada para mi o un trayecto a todas luces insalvable; la confianza destiñe el paso del tiempo y carece de pócimas milagrosas, pero, si no confías en nadie, ¿en qué te convierte eso? ¿Un simple aprendiz de maestro, crees?
¿Acaso he perdido toda esperanza? Todo renacería si dejase de intentar influir en mi entorno, si cejase en mi empeño de controlador nato. Mi verdad no es la única verdad, la paciencia no es el único rasgo evolutivo que no poseo. En eso ningún griego puede ayudarme.
Me sitúan en esa línea cercana al horizonte. A unos días de cumplir 32 años, descifrar esa violencia innata –ahora que las noches se acortan-, no depende de las necesidades mañaneras de mi perrita Chloe, pero no la exculpo del todo; la verdadera razón de mis atribulaciones tiene que ver más con la percepción equivocada de que todo lo que me envuelve es imperecedero, de que todo volverá a ser como antaño _un varadero en toda su magnitud. ¿Cómo recuperar la tranquilidad para aceptar cada propuesta alejada del impulso momentáneo?
Resistir los envites del Mal, que se presenta cíclicamente para recordarnos nuestra naturaleza humana, ya no es sólo una cuestión de espíritu. El tiempo es el único elemento que no somete al maestro, puesto que de él se alimenta; en su sabiduría, reconoce los valores del juez supremo para intentar permanecer, impasible ante las desdichas que van sembrando los alrededores de caos e indecisiones, manteniéndose firme y paciente, al menos hasta que salga el nuevo disco de The Mars Volta en marzo.

lunes, 16 de enero de 2012

HORIZONTES, TERCERA PARTE (IN ABSENTIA 6.3)

Continuando con la ambiciosa serie de escritos que pretenden desgranar el futuro gota a gota en este nuevo y definitivo 2012, el tema de la familia -una constante en mis vuelos aeronáuticos-, es el siguiente que quiero tratar.
Nunca me he considerado un hombre de familia por razones obvias. Sin embargo, esas mismas razones que simplificaron y redujeron sentimientos una vez, destacan hoy por ser tormentosas y tema poco baladí
_pese a la distancia y el olvido.
Reviviría el trauma profundo que me dejó mi padre durante 18 años, pero sería en vano; el recuerdo angustioso de una judía gigante succionándome todavía persiste, copando las noches que hace más frío y dejando la respiración a un lado. Sin la figura física del pater, pues, todo parecería perdido, si no fuera porque la misma toma formas que la razón desconoce
_para acabar desapareciendo inexorablemente con la garúa de la mañana.
El resto de nosotros esperamos que haya un año en el que nos juntemos de verdad y para siempre. Como una utopía, el retorno del hijo pródigo debe apuntalar estos maltrechos lazos extrañamente cotidianos. Nos agarramos a ese clavo ardiente con renovados bríos desde hace poco, lo suficiente como para anhelarlo de corazón pero. ¿Y si aumentara la familia? ¿Y si del núcleo tradicional pasásemos a algo más? Deberíamos estar unidos, pues.
Mi relación con mi hermano mayor siempre fue de padre encubierto hasta que me enseñó El Padrino. En alguna ocasión ya he tratado esta cuestión. Ahora vivimos en un mar de respeto que se ha afianzado gracias a nuestras respectivas mujeres, anclas absolutas de nuestro mar de fondo, administradoras del derecho a formar parte de la manada.
El pequeño es diferente, siempre lo fue. Él se ganó mi admiración –sin ser eso gran cosa ni motivo de algarabía- hace ya mucho. He intentado que se percatara de ello los últimos años, casi desde que se fue a vivir a la Roca, pero no hay manera de arrancarle esa coraza a la que se aferra con la misma fuerza que un marinero al palo mayor en una tormenta. Como buen lobo de mar hecho a sí mismo, moldeado por las idas y venidas de una mar caprichosa, curtido como el sol de un ocaso que se resiste a abandonar sus mismos ojos; en encubierto, las vidas posibles del señor equilibrista. En juego, traspasar la última frontera más allá del tiempo, la distancia y la discriminación de ley.
El miedo y sus coberturas, signos de una experiencia no cabal demasiado antagónica, no dejan lugar a la esperanza en esta nueva época preapocalíptica. Nuestro fin del mundo particular empezó al regresar yo de la bota. Algo había cambiado en casa, algo olía a podrido en el reino. Sobre la responsabilidad alejada de los actos de una juventud alocada se basaban sus dudas, decían que no influían tanto los astros como las ganas de dejar de fumar o de comprarse un coche; si el aguador y sus amigos nunca tuvieron nada que ver, pues, y las alarmas resonaban con la misma fuerza que un elefante en celo, es que la cosa iba a ir muy en serio, pero no ha sido hasta ahora que no me he dado cuenta.
¿Es el dolor a la pérdida y al 'mientras tanto' lo que me impulsa a huir de las consecuencias?
Ojalá pudiese dar las gracias sin sentirme estúpido y sucio, puesto que sólo un necio se desentiende al acostarse, así como un devoto no gana para disgustos si sus oraciones acaban cayendo en saco roto.
‘Es duro aceptar que jamás volveré a comer aquél estupendo lomo con almendras’, le dije a mi novia. Mientras, ella me miraba recriminándome mi prolongada actitud evasiva sin palabra alguna, sojuzgándome sin dilación ni piedad alguna, encajonándome la prisa que durante más de tres años había enterrado en lo más profundo de mi ser.
Sin más opción que la de dar un paso al frente, aquella gran culpabilidad propia de los vástagos se diluye como el humo que se filtra por la persiana cuando amanece, dejando paso a una responsabilidad cabal que se aleja del miedo y sus coberturas sin más ruido que el que provocan sus sílabas en boca de otro.

sábado, 31 de diciembre de 2011

CLAUSURA 2011

ANTOLOGÍA VISUAL

2011 ha sido un año de asentamiento, el primero de repatriamento en la campiña bergadana. En 2011 me he comprado un coche 11 años después de sacarme la patente -conditio sine qua non para el traslado-, y le dimos la bienvenida a Chloe, nuestra pequeña carlina. Cruzamos el charco por primera vez y tuvimos que afrontar un par de infortunios desagradables. Acabamos el año en el mismo lugar en el que empezamos, ya que, después de todo, todavía seguimos aquí...

ENERO
Como siempre digo, enero es mi mes. Cumplí 31 años en la nieve con una buena sorpresa que me preparó Laura. Fue un lunes y estuvimos dos días prácticamente solos, a nuestro aire. Hacía más de 10 años que no esquiaba. Por lo demás, el frío seguía atenazándonos y ya sólo anhelábamos febrero, marzo... y la llegada de la primavera.

FEBRERO
En febrero empezamos a salir por ahí a descubrir la campiña más de cara p'arriba. Aquí intentando seguir el ritmo de mi suegro Daniel, un tío muy avezado en estas lides. Naturaleza en estado puro. Oxígeno.

MARZO
En marzo celebramos nuestro aniversario en el sur de Francia. Disfrutamos de estas maravillosas vistas, aún con frío, y paseamos en plan dolce vita a la française. Sellamos una vida futura, pese al constante canguelo de la mierda de crisis global ésta y otras contrariedades menores.

ABRIL
En abril abrazamos la primavera con ganas y fuerzas renovadas. Seguimos descubriendo esta maravillosa tierra y hasta fuimos a ver a Rafa contra Ferru en el Godó. Sol, ¡alegría!

MAYO
¡En mayo llegó la pequeña Chloe! Un cambio en nuestras vidas, una nueva compañía. La alegría del Palomar y de mis suegros sobre todo... ¡cómo la han recibido! En este mes de buena temperatura seguimos dando tumbos por ahí y también jugamos bastante a tenis con el señor Cots. El Barça conquistó su Cuarta Champions dando un baño al United. Primavera total.

JUNIO
En junio nos ardían los pies. Nos topamos con una exposición muy toolesca y empezamos a pensar en clave playa. Calor, ganas de vacaciones. Paseos y mucha montaña.

JULIO
El que me conoce (y el que me lee) sabe que julio para mi es sagrado. Este año, pero, el tiempo no acompañó. Tuvimos suerte en la semana que estuvimos en la Costa Brava, pero en general parecía el puto mes de agosto. Cierta inestabilidad y descubrimiento de un litoral costero increíblemente bonito.

AGOSTO
Agosto fue julio este año, pero yo ya estaba en plena dinámica de curro total (fíjate en la Chloe ahí espachurrada en la sombra del terrao). Alguna escapada y poco más, empezaba a perder mi colorete habitual de estos tiempos y la alegría típica de la temporada. Toni se fue, y con él parte de mi infancia. Lloros a borbotones y un mal final.

SEPTIEMBRE
En septiembre empezamos a prepararnos para nuestro primer viaje intercontinental. No era cuestión de perder la forma, así que subimos una montaña tras otra...
... hasta que nos topamos con El Astronauta (mi otro yo). Buen tiempo estival hasta que tomamos el aéreo y nos plantamos en Lima. De ahí pasamos a Nazca y sus Líneas míticas, el inicio de un viaje que tardaremos en olvidar.

OCTUBRE
El Macchu Pichu fue la cima de nuestra aventura. Un lugar muy reconocible pero no por ello poco sorprendente. En la foto de arriba, un torbellino de arena en ruta (constantes autobuses de un lugar para otro), sé que la puse en un escrito del viaje pero no he podido evitar volver a colgarla (no es un rayo, aviso). Aventura, mochileo y nuevas costumbres sobre la marcha. Un Nuevo Mundo con todas las letras y todas las novedades que eso conlleva.

NOVIEMBRE
Odio noviembre. Vuelve el puto frío y la faena sin cuartel. Entre la depresión generalizada, escapadas varias y una muy especial a la Fageda d'en Jordà. Después del viaje, la dura realidad. Buenos alimentos en la campiña y relax en el barrio (siempre es menos de lo que parece, aunque no creas que es fácil).

DICIEMBRE
Antes de volver a encerrarme aquí, celebramos los 30 de Laura con la familia en la Rioja, Donosti y alrededores, una tierra acogedora y de buena gastronomía. Disfrutamos con largos paseos y papiñadas espectaculares gracias a gente como el Arguiñano. Disfrute, paréntesis. Purgatorio.

El vídeo del año sería cualquiera del largo viaje que hicimos al Perú, pero me quedo con el advenimiento de la Chloe a nuestras vidas, sobre todo por el cambio permanente que supone tener un perro. Por lo demás, nos pusimos muy contentos al ganar nuestra Cuarta, no cabe duda de que se abrió una nueva veda este año en cuanto a enfrentamientos (Clásicos) contra nuestro gran y Real rival. La amistad con los alacenos se enfrió al seguir cada uno nuestro camino, algo que sigue costándome asimilar pero que es claramente inevitable. Y aceptando mi día a día en mi nuevo país, cosa no muy sencilla pero defendible con una buena base de fondo. Si hablara de la familia... un nuevo temor salió a flote, pero supimos captarlo a tiempo. Un hombre que no está con su familia no puede ser un Hombre, que diría el Don.

En cuanto a música, no llegó el esperado disco de Tool tras cinco años y The Mars Volta parecen tomárselo con calma, así que he tenido que conformarme con grupos menores y algunos solistas de bajo calado. No destacaría nada en concreto.
De cine mejor no escribo, pero no quiero dejar pasar la ocasión de tratar, aunque sea por encima, el tema de las series de TV. La calidad existe desde hace algunos años y está en ese formato, una situación que parece reverter la vieja dinámica que decía que la televisión era sinónimo de fracaso y de marginación. Canales de pago como la HBO o la AMC engrandecen la creación del arte visual con trasfondo (sin llegar necesariamente a lo metafísico), y yo lo he agradecido y lo seguiré agradeciendo muy mucho. Sons of Anarchy, Breaking Bad o Deadwood son tres ejemplos claros.
Sobre lo que pasó en el mundo, la muerte de Steve Jobbs y otras desgracias (santa crisis), no voy a escribir ni media línea.

Nada más, desearte a ti y a los tuyos que tengas una buena entrada de año y lo mejor hasta la venida del fin del mundo maya el 21 de diciembre...
FELIZ 2012,
un año que promete emociones fuertes y alguna sorpresa si no pasa nada raro...
¡no pierdas la esperanza!

domingo, 25 de diciembre de 2011

NOCHEBUENA DE HOY

En la Nochebuena de hoy he descubierto que me han cerrado el twitter.
En la Nochebuena de hoy voy a huir de malos pensamientos y soledades extrañas tan lejanas como absurdas.
Hoy es Nochebuena. Todos cenáis con vuestras familias y lo pasáis en grande. Yo, en cambio, voy a pasar las horas menos muertas trabajando desde la atalaya hacia las sombras.

En la noche de hoy y en estos días sobre todo, me acuerdo de los que están y de los que ya no. Como decía mi amigo, dando las gracias por muchas cosas, compañía y amistad incluidas. Recuerdo y podría decir que el año en curso fue bueno, pero hubo un gran nubarrón negro que en ocasiones inunda de borrascas el cielo todavía. Honrar su memoria quisiera desde aquí.
No es que nunca me abandonase la melancolía. Los que me conocen saben que soy el hombro perfecto al que se pueden arrimar. Sé escuchar, y puede que éste sea una de mis principales virtudes, si es que la activo, ya que suelo pasar gran parte del tiempo desconectado. No es por desgana ni desinterés. Los procesos de selección son inescrutables en mi.
Hoy es Nochebuena y no creáis que está viniendo poca gente, no. Estamos abiertos 24 horas al año, siete días a la semana. Me pregunto por qué me habrán cortado el twitter… ¿será por poner y nombrar a aquel hijo de la grandísima puta? No es la primera vez que me vieron aquí sentado antes de otorgarle un significado a esta fiesta. Volví a oír los villancicos por teléfono mientras hacía una ficha tras otra. Ha sido desalentador.
Hoy es Nochebuena, pero todavía me quedan muchas noches. No sé si tan buenas como la de hoy; justo antes de llegar, me he encontrado 200 € tirados en el suelo. No sabía ni de qué color era semejante billete, pensaba que era del Monopoly. La sorpresa, como imaginas, ha sido mayúscula.
Que hoy sea Nochebuena no me exime de escucharme. Mis horizontes laborales me señalan con un aire hostil muy poco halagüeño. Clausurar un año de asentamiento siempre es difícil, igual que sentirla a veces un poco lejos. Es extraño y curioso tal vez, me pregunto si es la naturaleza femenina o soy yo -el de siempre, y las dudas me invaden al momento de acostarme. Mientras estoy de pie o sentado aquí, delante de esta mierda de ordenador, trato de no decaer y mantenerme despierto como sea. Qué remedio, me dicen.
En la Nochebuena de hoy me han vuelto a decir que me corte el pelo. ¿Es que no puedo llevar greñas con coronilla? ¡Conozco a más de un sinvergüenza que no duda en hacerlo! Es porque no voy mucho al gimnasio. Lo noto. Me lo noto. Pero hasta enero no saldré de esta dinámica. Es mi coco, debo dejar de escucharlo tan asiduamente. Mi archienemigo vital.
Esta noche ha sido Nochebuena. He logrado huir de los malos pensamientos y las soledades extrañas pese a que me han chapado el twitter. Nunca me he considerado un pionero, pero tendría que abonarme a la HBO, joder. Y ya puestos, que se joda el puto tuitero que me ha bloqueado, me ha preocupado tanto que creo que no voy a poder dormir hoy...

Al Swearengen os desea Feliz Navidad.
Y que os vaya bien (putas y juego los siete días de la semana a cualquier hora).

domingo, 18 de diciembre de 2011

ARDE VERGÜENZA

Me arde la vergüenza.
No sé que tengo dentro que no basta. ¿Tan triste es?
Once de catorce un año más. ¿Aguantaré? Si esto es sólo el principio, ¿cómo se gestionan los próximos treinta años?
Las horas muertas de la noche no evitan el trauma del pasajero alcohólico de apellido ruso. Puede que haya un día en el que deje de verlo todo tan oscuro como el alma que me tortura en los días malos.
- Niño, ¿te estás dejando el pelo largo?
- No, ya sé que tengo que cortármelo.
¿Acaso se ríen de mi? ¿Por qué no me dejan vivir en paz?
Una buena kurda es lo que necesito. Una de esas que me tira p'atrás y me hace acabar en algún lugar desconocido. Tanta disciplencia irrita, lo sé.
Entre tanto, ¿qué hay de los viejos tiempos? ¿Por qué busco epidemias como si estuviera en Deadwood?
Estoy en un punto muerto muy asqueroso. Los votos descienden vertiginosamente por el precipicio de la amargura.
Lo tendré en cuenta.
Me arde la vergüenza.

sábado, 17 de diciembre de 2011

PALCO DE CERA


El hedor de la sala de espera era tan insoportable que apenas podía mantenerse en pie, por lo que decidió sentarse.
Olía a viejo muerto -pese a que nunca había visto uno-, sabía que esa profundidad no podía venir de ningún otro lado. Luego se acordó de Arthur -amigo de su padre-, marqués de un recóndito territorio normando, que ejerció su profesión con esmero durante años en la antigua colonia francesa de Guadalupe, algo bastante exótico.
Una pareja teutona de hippies, ajena al bullicio de las quejas, a las leyes de la física más elemental y las buenas maneras, se preparaba para cenar un estupendo queso azul de mierda. Mientras ella dejaba el suelo perdido de migas de pan, un anciano de tez oscura y cara agria se apresuraba por su espalda presto a recriminarle tan infame actitud. Luca le miró de inmediato haciendo un gesto negativo y el viejo cambió de idea.
El asfixiante calor de la isla, que convertía los campos de cultivo de arroz tailandeses en un vergel terrenal, desgreñaba y suscitaba una sucia sensación pegajosa muy persistente. De repente, un exagerado pedo resonó como un trueno en mitad de la tormenta, empeorando si cabe la insalubridad del lugar e incomodando aún más al personal. Un extraño personaje de apariencia poco cabal caminaba a destiempo, era en él todo hediondez; desde los pies a la cabeza, pasando por sus vestiduras altas presididas por vómitos u otros detritos poco claros, ofrecía un aspecto tan lamentable que Luca no podía dejar de mirarlo. Un único pedo no podía oler tan mal ni ser tan definitivo, tenía que haber algo más en aquél barbudo insondable.
Como la ventilación escaseaba, la voluntad debía permanecer inquebrantable, casi tanto como el recuerdo de una vida anterior felicísima. La lejanía de sus amados padres era un handicap que asumía con la naturalidad propia de su bisoñez. Su padre, un tipo apuesto nacido en la península ibérica, había recorrido todos aquellos lugares antes que él. Su mujer le había abandonado poco antes de nacer, por lo que no le quedó más remedio que huir tras los pasos de su propio yo. Luca repartía su tiempo entre ambos con la maleta siempre a punto. Ahora, perdido entre los recovecos insulares de aquella maldita ciudad sin ley, esperaba con ansia el reencuentro con sus primos no carnales. Serían como unas vacaciones, pero antes tenía que esperar turno como todos.
Se miraba nerviosamente la tarjeta que le colgaba del pecho. Visitor, con la 'v' más grande que las otras letras. Había seguido su propio camino. Pese al encarcelamiento de su padre en un país sin tratado de extradición años atrás, finalizó la licenciatura con honores y fue el mejor de su promoción. En la academia no disfrutó tanto pero siguió engrandeciendo su currículo. Cuando su país de adopción lo reclamó para combatir al crimen organizado se convirtió en un ser casi tan solitario como su padre. Su madre desaprobaba semejante estilo de vida, pero sus métodos eran infalibles y se había ganado el respeto de todos desde las calles de su añorada Palermo.
Un guardia de mirada lúgubre se acercó a él lentamente. Sabía quién era y le llamó por su nombre en susurros para que los demás no se percataran. Luca le siguió sin pensárselo, movido por un resorte de disciplina militar aprendida. Una sala anexa acogía a dos hombres en situación dispar: un traje naranja sentaba al preso y otro verde oliva mantenía firme al soldado local. Había perdido la fe demasiado pronto, pensaba para sus adentros. Les dejaron solos. Padre e hijo frente a frente, años después.
Olía a viejo muerto. Llévame contigo, oyó que le dijo. Luca no pudo seguir sentado, por lo que decidió levantarse. Luego se acordó de lo felices que habían sido y salió por la puerta hacia el exterior. Se fumó un cigarrillo empapado en sudor debido a la fuerte humedad de la isla, pero tenía que haber algo más en todo aquello. Cuando volvió a entrar al calabozo, su padre ya no estaba y, en su lugar, unos grilletes como los que usaban los guerrilleros de las montañas libias sonreían al capataz de lo fugaz. Desde la sala de espera a la salida ya no olía tan raro y nadie le dijo nada cuando abandonó definitivamente el lugar.
Serían como unas vacaciones, se dijo, mientras abría la puerta del coche y la pareja de teutones le saludaban con un ademán tan tosco como exótico resultó ser todo al final.


viernes, 2 de diciembre de 2011

UNA LOTERÍA

El martes pasado soñó que le había tocado la lotería europea. Se despertó aturdido el miércoles.
No desayunó copiosamente porque tenía pensado ir al gimnasio, pero antes tenía que pasarse por el colmado para comprar leche y algunos enseres que necesitaba para la casa. Había pasado muy mala noche.
Parecía un día normal. Seguía con poco trabajo y demasiado tiempo libre. Su perrita lo agradecía en forma de lametones constantes, no se cansaba. Todavía era temprano pero la resaca era considerable.
No vio a nadie conocido, la calle principal del pueblo aún estaba desperezándose. En el ventanal de la administración número 32 había un un gran cartel naranja fluorescente que anunciaba la buena nueva. 'Sellado aquí'. A bombo y platillo. ¿Qué ganaba el administrador con ello? ¿Popularidad? ¿Una parte del botín? ¿Atraer nuevos jugadores con un fin oscuro y tendencioso?
Pasó de largo repeliendo estos pensamientos y otros más fantasiosos, como cuando trataba de esquivar al borracho del pueblo cambiándose de acera. No lo hacía por no escucharle ni por aguantar sus improperios, si no más bien por una cuestión de pulcritud almidonada autoinfligida, su escudo protector infalible; con él pretendía engañar a la gente y hacer creer que seguía manteniendo su estatus de lobo solitario impoluto.
Se había dejado encendida la televisión. ¿Se habría topado con aquél tipo la noche anterior? Es extraño, no es una persona que suela levantarse con la caja tonta. La apagó de inmediato. Olvidó que quería consultar la previsión del tiempo. Se duchó a regañadientes, ya que semejante cosa significaba que la mañana comenzaba a esfumarse. Sentía una gran pereza al pensar en máquinas, pesas y cintas de correr. Odiaba sentirse como una cobaya de laboratorio sólo para poder dormir un poco mejor por la noche e ir más veces de vientre.
Una vez en la sala, todos comentaban lo del premio. 'Ha tocado en el pueblo'. '¿Se sabe quién ha sido?'. Las peluquerías estaban a rebosar, en el mercado no se hablaba de otra cosa.
Estaba exhausto después de 45 minutos de ejercicio cardiovascular. Maldijo los primeros quince minutos porque se había olvidado el iPod y no encontraba el ritmo. Sudaba como un cerdo. Se fue corriendo hacia el vestuario, recogió sus pertenencias y salió a toda leche de allí, no sin antes escuchar de fondo un '... ese tiene la vida solucionada...'. Volvió a meterse en la ducha, su fiel compañera no salió a recibirle. La casa estaba fría pese a que el invierno se estaba haciendo de rogar. Se untó bien el cuerpo con aquél body milk que tanto le gusta, uno con extracto de papaya y algas. El agua corría por su erguida cara y buscaba la manera para que le tapara los oídos; de una forma intermitente pero muy agradable, disfrutaba de una sensación de libertad alejada del murmullo constante, bañada por el elixir más sagrado y característico de nuestro planeta.
Eran casi las dos pero parecían las tres. El sol no estaba muy alto y no tenía mucha hambre. Comió sin ganas y se quedó dormido en el sofá antes de fumarse el cigarrillo habitual. Encendió la televisión, y al momento advirtió la silueta del edificio que identifica a su localidad natal. Hablaban de la lotería europea. Saltó del sofá como un resorte. Comprobó su boleto en el móvil, por si acaso, pero nadie le había llamado. No encontraba su cartera ni el resguardo. Se quedó petrificado. Tenía un pálpito. ¿Había soñado que le tocaba la lotería europea? Llamaron a la puerta. Era el borracho del pueblo. Sería imposible esquivarlo. 'Qué quieres'. 'He encontrado tu cartera en la calle'. '¿Mi cartera?' Bajó las escaleras a toda prisa y allí estaban los dos: el borracho y la cartera, ambos sostenidos por un asqueroso brazo.
La pequeña Chloe empezó a ladrar de inmediato. Los dos hombres discutían. Le conminó a quedarse con el metálico y a olvidarse del asunto. 'Subamos, te invito a una copa'. Ambos se miraban con el rabillo del ojo. La resaca había desaparecido por completo, sustituída por un nerviosismo generalizado y una falta de oxígeno preocupante. El borrachuzo trataba de chantajearle mientras él sólo pensaba en recuperar su boleto a toda costa. No quedaba alcohol en el mueble-bar. Ambos se quedaron atónitos al descubrirlo, el borracho sobre todo. No decidió darle más cancha al estupor generalizado y se abalanzó sobre el repugnante personaje con un grito de guerra, cual animal enjaulado. Al caer -el borracho no llegó ni siquiera a zafarse-, entendió que su oponente se había golpeado la cabeza con el bordillo de la maciza mesa de roble del comedor. Murió en el acto, pero de eso no se percató hasta la quincuagésima cuchillada.
Con la ropa ensangrentada y un vigor renovado a la par que triunfante, le arrancó la cartera de su mano pegajosa e inerte. Sacó el boleto de la lotería europea, pero los números diferían sustancialmente de los que tenía en la cabeza.
Parecía un día normal, la noche anterior incluso había soñado que le tocaba la lotería.
Tenía demasiado tiempo libre.