miércoles, 30 de noviembre de 2011

HORIZONTES 2: LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS (46.171)

En esta segunda parte de la ambiciosa serie de escritos que miran al futuro y que titulo ‘Horizontes’, me dispongo a relatar la referente al trabajo y a la idea laboral que debería tener a estas alturas.
¿Cuál es mi profesión? ¿Qué coño he estado haciendo hasta ahora? Dos preguntas que me persiguen desde que alcancé la mayoría de edad; partiendo de una apreciación errónea nacen la confusión y los delirios magnánimos, partes desperdigadas de un todo inexorablemente imperturbable como el avión que se ve forzado a realizar un aterrizaje de emergencia.
Nunca supe realmente lo que había que hacer. No nací con el libro de instrucciones actualizado; la versión más antigua y delicada, dentro del entorno adecuado, hubiese podido bastar para los niveles de rectitud demandados, pero el riesgo de formar a futuros psicópatas no entraba en los planes de nadie, así que tuve que improvisar. Todavía lamento las consecuencias de aquella elección.
Me convertí en un fantasma. Perdí la ilusión. Me mudé más de una vez, pero la ciudad no estaba hecha para mí. Sentía el tormento del espíritu machacándome una y otra vez -buscando refugio en una falsa espiritualidad, explorando sórdidos submundos- mientras veía a la gente pasar y chocar y no llegar a nada. Desplacé el centro gravitatorio elemental hacia un ensimismamiento ignoto que resultó ser excesivo para mis capacidades, cosa que nunca he acabado de superar y que me carcome día tras día (todavía).
Lo de fichar e ir cada día al trabajo, a dos meses de cumplir 32 años, me sigue pareciendo una quimera. Debiera encontrar cierta estabilidad persiguiendo lo único que me separaba de la gente, mi escalón perdido particular. Pero la negación, seguida de una constante catarsis, jamás se convertía en afirmación positiva; empeñado en vivir de noche, al consagrar mis actos a un objetivo de mayor calado, topé con el infranqueable muro del desasosiego. Probablemente no sea una cuestión de lógica pura a estas alturas, pero nada parece ir en dirección opuesta, al menos no de momento. Si fuera un problema de esperanza, ya habría bajado la persiana.
La verdad es que no me veo dirigiendo el tráfico. Lo he intentado, pero sigo sin estar preparado. Es una realidad que he ido alargando año tras año, como si pretendiera huir de mi destino, del camino que esbocé erráticamente hace más de diez años. Sigo cabalgando entre la duda y el deseo irrefrenable mientras busco consuelo en el ocaso y, cuando todos duermen, salgo a la caza y captura de un nuevo sino, luchando por no permanecer anclado en la idea de una vida mejor que, en realidad, ya he logrado alcanzar.
Es inevitable ver planear a la incertidumbre con frecuencia. La línea que separa las decisiones buenas de las malas es tan delgada que apenas puede distinguirse; la inseguridad que provoca el no saber, justo cuando todos juegan a no perderse, pudo ser combatida antaño. Hoy sólo responde a intereses que se me escapan, como una retahíla que retumba por las mañanas y hace que me levante con muy mala leche.
No sé cuál es mi profesión ni si seguiré mucho tiempo aquí, pero el reloj no marca las horas de despegue ni funciona en consonancia con el cambio de estación. El mundo que conocemos se rige inevitablemente por los patrones del dinero y un consumismo abigarrado. ¿Debería aspirar a una plaza? ¿Es posible que lo que me esté alimentando pueda originar una desgracia? Ya lo dijo mi padre en aquella época: ‘Eres un vago, que te levantas a las 10 de la mañana porque antes no puedes’. No he podido rebatirle nunca, sometido de por vida a los propósitos de una crueldad largamente inmerecida. Supongo que no estoy lejos de la oveja descarriada, ya que sigo esperando no sé muy bien qué.
Como suelo llegar tarde, quizás sólo sea cuestión de días, o puede que de meses.
Pura improvisación.

martes, 15 de noviembre de 2011

HORIZONTES: DE AMIGOS Y MENTIRAS (1ª PARTE)


No soy capaz de vislumbrar nada más allá de hoy pese a que me organice el tiempo por semanas ya desde hace mucho, sobre todo gracias a mi agenda moleskine anual. Sin embargo, lo que principalmente pretendo en esta serie de escritos que titulo 'Horizontes', es plantear mi visión sobre el futuro más inmediato con el más lejano en perspectiva.
En este primer bloque, debería abordar el tema de la amistad y los viejos mitos con simpleza introspectiva –producto de una tendencia claramente definida- pero se me antoja imposible, como igual de complicado sería restarle importancia a temas que se ven abocados a terrenos pantanosos (tras una larga caminata por arenas movedizas).
Laura es la que mejor podría ilustrar esta situación que me dispongo a relatar. Ella asiste desde fuera, y extraña la absoluta clarividencia con la que trata tan espinoso tema: sin distancia apenas –la objetividad no es patrón bajo mi techo- pero con la ingenuidad de la que se sabe nueva en estas lides, es capaz de sentenciar en una sola frase años enteros dedicados a la cuestión. En una conversación casual con sus amigos, le oí decir la palabra ‘secta’ al referirse a nosotros como grupo, y lo hizo sin ningún pudor. Como espectador puro, y tras el encuentro del Día de los Muertos en el hostal del campo, llegué a no pocas conclusiones harto dolorosas que desmitificarían todo lo vivido.
No tenemos recuerdos nuevos. Nos unen los viejos, los encargados de, curiosamente, recordarnos a nosotros mismos como entes particulares dentro de un todo. Teníamos un piso, uno que prácticamente usábamos como local social. Cada uno tiene su propia idea sobre lo que pasó allí a lo largo de los años, yo tengo la mía. Para mi fue un punto y aparte en lo que respecta a la comprensión del mundo tal y como lo contemplamos hoy. Destacaría el humo de la herramienta y puede que la gran explosión de 2003. Tengo fotogramas clarísimos de lo que pasó aquél día, el día que acabé explotando.
Ellos nunca se han ido, siempre han estado ahí. Pero ahora la cosa es diferente. Con los gemelos, otro en camino y cuarenta kilómetros de distancia, la cosa se complica. Hay menos ganas de hacer lo que solíamos y el cuerpo ya no acompaña. Cuesta más dar el brazo a torcer: las prioridades han cambiado. ¿Cómo sobrellevar eso? Es ley de vida, oigo, pero aquél nexo que rozaba lo psicopático, junto con la distancia -o lejanía, según se mire-, rechaza cualquier excusa barata para ampararse directamente en los cánones de una mediocridad acomodada. Si no nos vemos es porque no queremos.
¿Cómo acostumbrarse? Conllevaría aceptar de buen grado que el tiempo nos vence irremediablemente, que no tenemos facilidad para adaptarnos al cambio y, sobre todo, que no sabemos cómo hay que madurar. No es lo mismo asumir algo con previa concienciación (macerado en la impecable barrica de roble) que encontrarte una avalancha en la fría montaña sin comerlo ni beberlo así de repente. El tiempo, ese enemigo implacable, se encarga de echarnos un cable muy de vez en cuando; la experiencia acumulada ayuda a superar traumas y los efectos devastadores de algunas tormentas, pero no te enseña a procesar fácilmente los cambios ni a envejecer con dignidad.
Una de las mentiras más habituales sobre la amistad es la que excluye al grupo del resto del mundo. Reconocí ésa como nuestra máxima debilidad casi desde el principio, pero la energía era demasiado poderosa; la fuerza que se originaba en el interior nos aislaba de la sociedad y ayudaba a formar  futuros degenerados y lazos eternos, pero también creaba un lenguaje y un folclore que sólo nosotros podíamos descifrar, puesto que el resto de la gente era idiota. Buscamos un par de referentes claros, cogimos un poco de aquí y algo de allá, refinamos nuestros caracteres y al carajo, objetivo conseguido. Habíamos creado un puto clan.
De todo aquello hoy no queda mucho. Todos tenemos un plan, y aquél perteneció, en parte, a una época más temprana. E importante, probablemente la que más; según el proceso, hoy somos como una especie de matrimonio polígamo que celebra sus bodas de porcelana entre el recelo y las experiencias compartidas, fórmula que nos permite mirar hacia adelante con orgullo y responsabilidad pase lo que pase.
Fuera de la banda, que son con los que comparto mi puesta a punto, existen algunos seres imprescindibles que no pienso menospreciar nunca. Uno de ellos consiguió que dejara de escucharme el día que me lo echó en cara y empezase a mirar a mi alrededor. Como buen talibán nacido, sin su ayuda no hubiese sido posible percatarse del sentido negativo del sectarismo latente; dentro de ese espectro, quizá un poco más amplio, confidentes pasados y algún que otro barceloní pululan por mi círculo de vez en cuando. Si por mi fuera, no tendría inconveniente en que siguieran aquí al lado toda la vida, pues la mayoría me tele-transportan al origen de la persona que ha ido mutando hasta el momento de escribir estas líneas.
Es un error pensar lo poco que nos queda sólo en pareja o con familia según cada uno. No por dejadez amanece más pronto, ni tampoco se cuentan los segundos mejor con escasez de miras. No nos queda mucho, y podría llegar a ser bastante inútil admirar y atender con premura, ciertamente, pero ni tan siquiera el ermitaño desea el retiro a tiempo completo porque es insustancial al género humano. ¿Qué diablos haríamos en la artificialidad de la soledad? Hay que dejar atrás rencores y malas influencias para reflexionar un momento y no perder ni un instante en lamentos y balas perdidas. Tú sabes quién está y quién seguirá ahí llegada la hora.
La amistad es la razón desprotegida por el ocio. Los amigos se cuecen en las entrañas. Aprendo de ellos como espero que ellos lo hagan de mi pero sin esperarlo absurdamente a cambio. Pueden ser sustitutivos de familiares o incluso de órganos o músculos del cuerpo humano. Tener un amigo significa confiar, algo no compatible con la muchedumbre ni con los mil ‘conocidos’ que te vas encontrando. Puede que un amigo no porte tu misma sangre (ritos aparte), pero sí que puede decirte quién eres y hacia dónde vas.
Y eso no se puede perder jamás, aunque no sea capaz de vislumbrar nada más allá de esta lluviosa noche de otoño.


viernes, 21 de octubre de 2011

LA CRUZ DE VALVERDE

No he tenido tiempo para valorar la vuelta al trabajo y al mundo real.

El planeta entero sigue en crisis mientras yo me devano los sesos en las clases de inglés y el Perú vuelve a ser sólo un país de Sudamérica y no me llega para vislumbrar nuestra próxima escapada; llegados a este punto, tras más de una semana intentando no colisionar con nadie, con el invierno en barrena y la satisfacción de haber encauzado un futuro próximo que nos conduce hacia el solsticio de verano, uno se asoma a la espiral de monotonía en la que aparentemente pocas emociones cabrán, exhalando sus últimas bocanadas de humo negro (no sin cierta tensión en el ambiente).
Hoy, revisando las fotos del viaje y el vídeo de la ida en el avión, todavía no sentía esa extraña melancolía que devora a todos los recién aterrizados, pero sí la que atenúa esta singular concepción del tiempo. Al final, la única respuesta viable te hace hincar la rodilla y destruye todas las pruebas habidas y por haber; muy probablemente, Atahualpa no arrojara aquél sagrado libro como se ha escrito, pero es inevitable no caer en la trampa si los mismos tuyos se alían en tu contra. Me embargó una emoción profunda el hallarme ante aquella enorme pero austera cruz de hierro, símbolo del expolio y masacre de las Indias. Valverde era una especie de banquero del siglo XXI: un intermediario que trabajaba a comisión, un jodido ladrón.
Ser humano, pertenecer a esta raza, es en sí mismo una gran contradicción. No sé cuántas veces habré escrito esto. No eran pocas las referencias a un cristianismo añejo si no fuera por el mestizaje religioso, cosa que me hacía pensar en un triunfo del verdadero Dios. No del Dios institucionalizado, más bien del que percibimos claramente en las situaciones de fuerza mayor que nos vamos encontrando en el camino. Un intenso debate metafísico tenía lugar en mi interior mientras trataba de no toparme con mi reciente amigo fallecido, pero éste aparecía una y otra vez. Daba gusto percibir esa energía en los lugares más remotos de mi particular globo, así como comprobar de primera mano el hecho de que no perdieran ni un ápice de poder al estar atestados de gente. Lo comprensible no excluye a lo divino, pensaba el profano, y eso me hacía estar de muy buen humor.
No quedan tierras por descubrir, pero sí zonas oscuras que investigar. Hasta la última gota del licor que marginé en la repisa del armario del comedor, como mi muy querido tótem de cabecera: no hay forma de deshacer todo el mal que nos es inherente, y ni siquiera podemos obviar o dejar de lado la materia de la que estamos hechos. De la misma manera que hoy estamos aquí, mañana puede que desaparezcamos. Hasta qué punto ser consciente de esos extraños canales de exiguo provecho... los sentimientos que procesan una demolición no programada, una crueldad tan insondable como el mismo misterio de la creación; los caminos del Señor acabarán siendo insondables por cojones.
43 años después del último chiste imperialista y tras un reguero de sangre atroz, las armas que provenían del norte no volverán a ser alzadas; ¿cómo no pensar en las repercusiones históricas? ¿Cómo no regresar a la puta selva con toda la artillería pesada y mis 180 infantes cabalgando a lomos de jodidos corceles salidos del infierno? No me hago a la idea. Quién diablos serían aquellos hombres de hierro y para qué querrían mis ofrendas doradas al dios Inti… ¿eran sacrílegos o dioses, pues? ¿Adversarios o profetas? Los muertos no entienden de batallas ni de guerras, sólo coexisten, pululan como el polen en primavera. Ayer mismo mi perra quiso acabar con un hormiguero entero ella solita. Que le pregunten a Gadafi y los suyos. De ahí fui a los toros y me dije: qué cojones, el sufrimiento nos sitúa en el mapa genético del universo. No era tanta la incomprensión a las reivindicaciones de todos como la sincera aceptación de una verdad indefectible que escondía el término ‘asociación de ideas’ hasta que decidí regresar a casa, sacar la agenda y tomarme un matecito de coca calentito en el sofá.



martes, 4 de octubre de 2011

UNA HUAYNA EN UN PAJAR: DESTELLOS DE UN SABER ATÁVICO


Aguas Calientes. Pueblo de paso hacia la Montaña Vieja que nos recordaba a Andorra, al menos en su funcionalidad. Luego descubrimos que su mercadillo era todo un mundo, un lugar en el que perderse agradablemente durante horas.
Después de tanto trajín –de eternos desplazamientos en incómodos autobuses y distancias enormes-, nos establecimos en la capital del Imperio, en el mismísimo ombligo; el Cusco reunía en sí la mayor parte de atractivos que podíamos desear, y el Machu Picchu, la increíble cima que pretendíamos conquistar.
El día iba a ser largo, pensaba, tardaríamos en olvidar aquel cuatro de octubre. Hay, pero, poco espacio para la sorpresa, aunque si no fuera por las sinuosas curvas que recorre el pullman en su tramo final, no hubiéramos conseguido ni una mínima sensación de cosquilleo; el tren, con el techo acristalado y su abarrotamiento justificado pero no por ello más soportable, debía ser un mero trámite no evitable que jugaba con la desesperación del prójimo bastante a tientas. Me sentí mal entre tanto turista durante casi todo el trayecto, un interminable tran-tran de menos de hora y media, siempre al son de las flautas peruanas y una avidez generalizada.
El paisaje, sin embargo, era espectacular. Con la bruma de la mañana y esos picos tan verdes, a esa altura, adquiría cierto aire fantasmagórico a la vez que mágico, mientras yo me tragaba mi mala leche e intentaba respirar un poco. Porque sólo pensaba en llegar, en cruzar la puerta principal y disfrutar de la maravilla sin más ataduras que las que nos propusiésemos nosotros mismos. Me acordé, haciendo cola, de Venecia. De la ciudad-canal. Vagamente recurrí a la esperanza de conocer lo exageradamente conocido y encontrarlo virgen, casi como Bingham cien años atrás abriéndose paso entre la maleza a golpe de machete. Y es que la primera vez que la vi me pareció hermosa, como sacada de un cuento de hadas. Llegaba en Carnavales sin ninguna expectativa, devorado por las mil y una imágenes que había ido acumulando sobre sus famosos canales. La realidad demostró que podía superar cualquier idea preconcebida; con el Machu Picchu sentí algo parecido, y esa fue nuestra gran victoria: icono de la humanidad archiexplotado que no defrauda al viajero que lo visita in situ.
A las cuatro de la mañana nos poníamos en pie dejando de lado el cansancio y el desgaste acumulados, inducidos por el espíritu aventurero menos cabal, encarnado por el imponente pincho que domina la típica estampa de la ciudadela inca. El Huayna Picchu se encargaría de vigilarnos a todos, y nosotros de rendirle su adecuada pleitesía; teníamos que subir esa puta aguja en el primer turno, el de las siete de la mañana. Con suerte, si nos apresurábamos, seríamos de los primeros en coronar el pico. Pero no sería tan fácil: la falta de oxígeno y la irregularidad de los escalones incaicos convirtió el ascenso en tarea poco más que harto complicada. Al llegar a la cima, exhaustos y empapados por una fina pero constante (y molesta) capa de lluvia andina, tardamos unos cuarenta y cinco minutos en otear el complejo desde las alturas. Es lo que tiene estar por encima de las nubes, pensaba.
La escena que se iba abriendo perezosamente ante nosotros era prácticamente surrealista. Surrealista por fuera de lo normal: todas y cada una de las construcciones de aquel jodido asentamiento adquirieron tintes épicos y un sentido casi metafísico desde allá arriba. Podías retroceder seiscientos años en el tiempo e imaginar la vida en aquel majestuoso lugar sin problemas, con sus chaskys trayendo buenas nuevas y las putas llamas pastando libremente.
Después de un desayuno que nos supo a poco, comenzamos el peligroso descenso precipicio abajo. Para alguien que padece de vértigo es casi un suicidio, y no fueron pocas las veces en las que prácticamente bajé casi en cuclillas. Después de casi una hora controlando miedos y una sensación de abismo cercano, llegamos a la entrada principal, donde nos esperaba el guía vociferando mi apellido como si le fuera la vida en ello. Portaba una bandera verde. Nos unimos a otras parejas sudamericanas y empezamos la visita guiada con mucho interés y ninguna desidia. Un par de horas después, ya con el día despejado y una única nube asomándose por detrás del Huayna, cierta sensación de incredulidad flotaba todavía en el ambiente. No estábamos seguros de lo que significaba, en realidad, aquella extraña cultura, así como los logros que alcanzaron antes de la llegada de los conquistadores españoles en 1532.
Un deje de misterio envuelve al Tahuantinsuyo desde tiempos pretéritos. Fueron continuadores de las culturas de los pueblos vencidos en pos del vasto Imperio que lograron crear de la nada, anexionándose sus territorios desde Ecuador hasta el norte de la Argentina, siempre por un bien mayor en pos de sus habitantes. No tenían escritura -al menos no que se sepa-, sin embargo, su conocimiento sobre la astrología, astronomía y otras ciencias de gran calibre está más que probado, sobre todo relacionándolas con los ciclos agrícolas (increíbles terrazas de conreos por doquier). No conocían la rueda, pero movían grandes toneladas de roca caliza no se sabe muy bien cómo, construyendo magníficos templos y reductos que todavía siguen en pie. Y, para acabar, tenían su propia visión del cosmos, una rica amalgama de deidades y unos cultos que no se detenían en el más allá.
Es imposible no sentirse fascinado por semejantes datos (aún y cuando no están todos, evidentemente), por el misterio que supone un saber atávico tan desconocido para nosotros. Hay multitud de teorías sobre qué era Machu Picchu, sobre cuál era su función. Algunos historiadores hablan de ciudadela o reducto defensivo, otros de residencia para las élites e incluso hay quien nombra el término ‘universidad’ (de la época, se entiende). Podría ser que, fuera lo que fuese, la abandonaran ante las noticias de invasión hispana. Que huyeran a la selva, escondiendo el oro y las riquezas que pretendíamos robar en el nombre de Dios (y que para ellos sólo tenían un valor simbólico). Sea lo que fuere, no recuerdo haber visto algo tan bonito y tan jodidamente humano en la vida, un esqueleto como huella y destello de otro tiempo, un enclave tan sagrado como especial… una experiencia única.

sábado, 1 de octubre de 2011

EL ASTRONAUTA RETRAÍDO Y SU ENCUBIERTA CORTE DE CUSQUEÑAS


Nasca. El valor de reconocer un territorio único, rodeado por el desierto más absoluto, tan proclive a hacer voltear la imaginación como a querer perder rápidamente el desengaño en una desolada esquina.
Siempre me consideraron fuera de órbita, y uno en estos parajes no puede más que contener la respiración y mirar a ambos lados de la carretera panamericana que recorremos; puede que no haya ovnis surcando el cielo todavía, pero es indudable que este lugar tiene un aroma singular.
En espera de navegantes de otros lares, se me ocurre un paralelismo con el Lejano Oeste que a mi novia le parece muy adecuado: al llegar a la península de Paracas, la noche anterior, ardíamos en deseos de alquilar un buggie para surcar las dunas y rodear aquel extraño candelabro con un pañuelo que nos cubriera la boca a lo bandolero. La soledad mineral de lo que una vez fue fondo marino logró abstenerme de preguntarme las cosas de siempre, sumiéndome en un estado de pequeñez total que lograba contener toda mi rabia pre-vacacional sin apenas esfuerzo. En realidad, toda la franja arenosa que une Lima con Ica e incluso Huacachina huele a gasolina. Y ruge a bocinazo limpio.
Ya estábamos advertidos antes de antes de llegar al aeródromo, conocíamos los riesgos. Sin los mapas, el Cusco era nuestro particular Dorado, nuestro anhelo final. En los interminables trayectos posteriores ya habría tiempo para repasar a todos los candidatos políticos. Pero resulta muy poco fresco, no es creíble; es tal la organización y la masificación turística, que no queda espacio para voltear esa maltrecha imaginación. Mi mente también se ve impedida por el osezno gigante que va a subirse a nuestra avioneta, mientras Laura no da crédito y el piloto sólo parece preocupado por tomar fotos fuera de la ruta y los mandos de control. Mi gordo amigo, el osezno, asiste impertérrito a la sucesión de acontecimientos extraordinarios que se van sucediendo; giro a la izquierda, vuelta a la derecha, estómago patas arriba: las figuras aparecen, existen. Las estamos viendo; el cóndor, majestuoso. El colibrí, el más famoso. Formas rectangulares y triangulares que se asemejan a pistas de aterrizaje y sí, ya me he dejado ir, pese a los cambios de presión y un sudor exagerado que transpira demasiado. ¿Y qué esperabas? ¿Por qué dirías que elegimos el Perú como destino?
¿Cómo explicarías algo que no se puede explicar? O porque no hay datos, o porque nunca es suficiente para saciar el ansia humana por saber y querer explicar el mundo que nos rodea y nuestro pasado. ¿Qué nos hizo humanos? ¿Con qué fin? Sólo sabemos que tenemos una capacidad mental que nos permite evadirnos e imaginar mundos imposibles, con el fin de trasladarnos a una realidad palpable. El arte, la religión, etc., manifestaciones más que evidentes de tal afirmación. Y la visión del cosmos que de ello resulta.
Antes de llegar al Astronauta me doy cuenta de que llevo mucho rato sin hablar. Mataría por una cerveza, una auténtica Cusqueña. Esto sólo me pasa cuando estoy incómodo con algo o en un lugar en el que no deseo estar. Olvidaba el iPhone, Laura me pregunta, sacándome de mi ensimismamiento, que si no filmo o qué. El copiloto intenta entusiasmarnos: 'a los de la derecha, ahí está, ¡fíjense!', pero yo no me había enfriado del todo, evitando el sufrimiento de sobrevolar tan extensa pampa a poca altura con ideas autolíticas sobre la piel de la gran María Reiche, la precursora. Intentaba hacerle un hueco a aquella locura tan jodida y acababa haciéndome cruces.
Nasca. El valor de reconocer una tierra dejada de la mano de Dios, venerada antaño con reverencial celestialidad, tan proclive a hacer voltear la imaginación hoy como a hacer ansiar un mundo bañado por la cerveza del Cusco mañana. Al aterrizar pocas cosas tenían sentido, pero todavía quedaba mucho camino por delante, y te aseguro que ante tal panorama no íbamos a desfallecer tan pronto...

viernes, 19 de agosto de 2011

Para él todo empezó dónde estoy yo hoy.
Mis primeros recuerdos para con él se remontan a mis primeros años, cuando yo estaba allí y él estaba aún aquí.
Era frecuente verle llegar con su Ford Fiesta XR2 a toda mecha y su lozana hiperactividad. La primera impresión, con sus patillas y peinado a lo Elvis, era completamente arrebatadora; siendo yo un chiquillo, no podía más que admirar desde un principio a aquél tipo al que todos miraban y hacía parecer idiotas.
Era un puto torbellino de energía al que nada se le resistía y para el que diríase que jamás tendría problemas para que se le abriesen todas las puertas que quisiera. Con una autoconfianza que rozaba el cielo y un atractivo premiado por las féminas y odiado por algunos varones, era un ejemplo de vitalidad y ambición sin parangón, no exento de una honestidad y franqueza máxima. Esto último imposibilitaba un caminar sinuoso y una compañía desleal.
Por todo esto, de él siempre se ha dicho que, o lo odiabas, o lo amabas sin remedio. Como a Mou, su último gran referente. Fue un madridista de relumbrón, y no puedo obviar su reciente visita al Bernabéu, en la que tuvo ocasión de conocer a la Saeta Rubia. Emocionado, me reconoció sin complejos que lloró como un niño ante su presencia y al estrechar su mano. Pero eso fue mucho después de que me entronizara en el hospital. Retengo tantas anécdotas que ni en diez posts cabrían. Me dijo ayer Marc que recuerda perfectamente cómo me puteaba. Vamos a hacer un examen, va, mientras el se iba a Urgencias más de una hora dejándome sólo, anticipándose a su futuro menos inmediato.
Siempre le he tratado como a un mentor. Como a una especie de tío o hermano mayor, con el máximo respeto. Si él decía una cosa, yo callaba. Escuchaba. Con el tiempo, me largué de Manresa y dejé de tratarlo tan asiduamente durante casi medio lustro. Él estudió Enfermería y acabó instalándose en Manresa. Ambos, todos, seguimos adelante. Yo me hice mayor y al regresar, él era ya una persona influyente en el ámbito hospitalario. Subió escalafones como la espuma y trabajaba con una ansia propia del nervio que lo identificaba. Recuperamos un poco el hilo al tiempo que percibía un trato diferente, un trato de tú a tú: me había reservado un rincón cercano en el que trataríamos todos los temas abiertamente. Me escuchaba, notaba que me respetaba y me apreciaba tanto como yo a él: ambos habíamos crecido.
Pero se chungó. Los efectos de un trasplante precoz regresaron amenazando todo lo que había construido, incluyendo una maravillosa familia con tres hermosas niñas. Llegué muy tarde al progresivo deterioro de sus órganos, demasiado tarde. Fui a verle a casa. Lo vi realmente mal y él tampoco se escondió. Me fui trastornado, en estado de shock: el invencible Mac postrado en un sofá, abatido por la vida. Me escribió: Javi, hoy te he visto compungido. Le respondí con una diatriba sobre la distancia, el olvido y la culpabilidad. Al poco, ingresó una noche, mi novia era la enfermera que lo llevaba. Nos quedamos solos. Me dijo: bueno, Javi, ¿para cuándo un post sobre mi? Se había reído mucho con mi entrada sobre la legendaria alfombra cagliaritana y desde entonces solía navegar por esta bitácora. Yo le dije: ¡pero si ya estás en más de uno!
Quiso hacer un crucero. Hablaron con Ana y pensaron: qué cojones... Había visto mi borsalino en alguna foto del facebook y me lo pidió prestado. Me dijo: ¡que me estoy quedando calvo, Javi! Pero ése no era un signo de debilidad, no necesitaba demostrar nada. Mas al contrario, si algo le define y le ha definido en todo este proceso, es la lucha constante por sobrevivir, la fuerza por seguir adelante y aguantar y volver a seguir con el mismo ímpetu. Se fumó cuatro cigarros en cinco minutos. ¿Quién era yo para negárselos? Me llamó desde Monreale (Palermo). Recordaba que le dije que aquél claustro era un lugar de paz como pocos. ¡Tío, que estoy en Monreale y me hace gracia hablar contigo! La semana pasada volvieron a ingresarlo. Yo entraba a trabajar y apenas tuve diez minutos para charlar con él. Hablamos sobre la mierda de comida del hospital, sobre los Clásicos y el rollo italiano. Se había enamorado de Roma, pensaba en escaparse cuatro o cinco días con Ana.
Ayer intenté verle por última vez. Me llamó Txema terriblemente afectado. Subí antes de cenar desde la campiña, como era ya costumbre entre nosotros tratar ésta su tierra. Se alegraba un montón de que me fuera bien, en una ocasión me escribió: Te veo muy bien con ella, y ESO me alegra. En nuestra última conversación seria mostró preocupación por el dinero y el futuro más cercano. Hay que vivir al día, pero con un ojo en el futuro. Pese a todo. Me quedé con ganas de más. Quise preguntarle un millón de cosas más. Pero en una cama de hospital no hay sitio para tanto. Se reía del Barça y masculló un puto Messi, me dijeron. Ojalá hubiese acabado anteanoche el Madrid con la hegemonía blaugrana, decíamos, ojalá...
Llego a casa después de la media noche y escribo: Cuando bajo el manto negro de la noche venga a buscarte y a reclamar lo que es suyo no te resistas, demuéstrale de qué estás hecho. Ríete de ella y de su anticuado look. Nosotros llegaremos pronto, viejo mentor, no te apures. Cabalga sin miedo.
Vibra el teléfono temprano. Anoche apenas pude dormir. La cabeza me iba a mil por hora. Es un mensaje escueto que confirma la noticia. Llamo a Marc, está hundido. Me tomo un café y saco a pasear a Chloe con aire distraído. Me siento a escribir estas líneas pensando en él. No puedo dejar de pensar en él. Leo al momento todos los homenajes que va dejando la gente en su muro del facebook y se me pone la piel de gallina.
Me quema la silla. Fuera hace un calor de mil demonios. No sé si subir o esperar. Me comentan que en el hospital hay un millón de personas. No quiero hundirme. No quiero verle así. Se ha ido mi puto maestro y me siento asquerosamente culpable.
Mac, aquí tienes tu puto post de mierda. Espero que te guste, mamón.
Nunca he dejado de tenerte en cuenta.
Mantendré vivo tu recuerdo.
Nos veremos al otro lado.
Requiescat in pace.

P. S. : Dedicado a la memoria de mi amigo y a su esposa Ana. A sus niñas, Aida, Marta y Cristina. Y a sus amigos Marc, Txema y mi hermano Quim, la vieja guardia.

domingo, 14 de agosto de 2011

PÉRDIDAS CON MEDIO LUSTRO DE RETRASO


Mientras observaba a mi Chloe palidecer allá en el piso, tras el duro postoperatorio, iba reconstruyendo el personaje más molesto de todos. Sus temblores desconocidos se me clavaban como puñales de otro tiempo; sufría los ardores propios del hombre que tiene que salir a por tabaco y acaba regresando al día siguiente. Esa ansiedad desregulada es la que me estalla en las narices una y otra vez, tiñendo de negro la hoja de reclamaciones más absurda, difundiendo la incertidumbre de arriba abajo y del frío ártico a los remotos mares del sur.
¿Cómo había llegado hasta aquí? Habría cientos de miles de casos en los que tildaría de amoral la situación y podría llegar a abarcarlos a todos sin atajar, pero en un caso tan cercano duele de cojones y no alcanza a cubrir los daños: que jueguen con lo que creíste que era tuyo, inamoviblemente tuyo, es tan frustrante como opinar concretamente sobre algo; sobre la visita del Papa y las jornadas éstas que no paran de anunciar en la Cope, por ejemplo. O sobre la desgracia de Oslo y la perversión del ser humano mientras Londres arde y el mundo entero se prepara para la enésima revolución (antes de que el planeta explote en mil pedazos).
La náusea precede a un estado hipnótico lamentable: a cuántos no les costaría apretar el gatillo o arrojarte a los leones porque sí. La mera idea de convivir con todo este montón de mierda me repugna hasta los límites de la frontera del sosiego, hasta encharcarme la pleura por completo. Si durante estos últimos cinco años no hubiera logrado completar el proceso que me libera de toda esta basura, tendría un motivo para actuar en consecuencia, una vía de escape que no menospreciara ningún tratamiento oncológico ni los esfuerzos de un viejo amigo en apuros.
Si hecho un vistazo no veo más que sombras, mas nada quisiera con el mismo trastorno que el amor de mis dos chicas nomás. Hice algunas cosas que recordé esta noche, algunas como robar en un supermercado de Mónaco o caer violentamente al piso engrilletado por un carabiniere palermitano que no atendía a razones. Jamás pensé en el dinero ni en cómo abastecerme, era un inconsciente y un maldito insensato. Llegaba tarde a mi cita con el destino, pero… ¿cómo cojones iba yo a saberlo? ¿Cómo iba a suponer que yo también encontraría la Piedra Filosofal? El problema es el antagonismo que le resulta. La felicidad exhalada en un suspiro, el deseo… volatilizado, como siempre. Desde la bolsa de interinos hacia los recortes sanitarios. De la vida a la muerte en menos de un segundo, para compensar un caramelo envenenado y el ajuste de una doble responsabilidad tristemente aceptada como el desafío más grande al que jamás podré someterme.
Repelo al ser genérico con sumo placer y a él le saludo de lejos. Desempolvaría mi fusil se fuera necesario llegado el momento. Por lo demás, ardo en deseos de esperar a que los turistas se vayan y nos dejen disfrutar del momento: 19 días para cruzar el charco como un Viracocha encarnado, y una mochila repleta de ilusión para recorrer los restos del Imperio Incaico tras los pasos de los hermanos Pizarro y todo su tropel de saqueadores impíos.
Mientras observo a la pequeña Chloe tratando de jugar con su desgastada flor en el piso, todavía convaleciente tras el duro postoperatorio, voy reconstruyendo al personaje más molesto de todos. Pero las noches de un verano inoportuno no me sonrojan con desdichas de otro tiempo; sufría los ardores del hombre que tiene que salir a por tabaco y acaba regresando al día siguiente, si bien esta ansiedad no regulada que me estallaba en las narices una y otra vez, retumba hoy en el negro alquitrán como una cándida retahíla protegida por el manto de la sabia Mama Quilla.