viernes, 19 de agosto de 2011

Para él todo empezó dónde estoy yo hoy.
Mis primeros recuerdos para con él se remontan a mis primeros años, cuando yo estaba allí y él estaba aún aquí.
Era frecuente verle llegar con su Ford Fiesta XR2 a toda mecha y su lozana hiperactividad. La primera impresión, con sus patillas y peinado a lo Elvis, era completamente arrebatadora; siendo yo un chiquillo, no podía más que admirar desde un principio a aquél tipo al que todos miraban y hacía parecer idiotas.
Era un puto torbellino de energía al que nada se le resistía y para el que diríase que jamás tendría problemas para que se le abriesen todas las puertas que quisiera. Con una autoconfianza que rozaba el cielo y un atractivo premiado por las féminas y odiado por algunos varones, era un ejemplo de vitalidad y ambición sin parangón, no exento de una honestidad y franqueza máxima. Esto último imposibilitaba un caminar sinuoso y una compañía desleal.
Por todo esto, de él siempre se ha dicho que, o lo odiabas, o lo amabas sin remedio. Como a Mou, su último gran referente. Fue un madridista de relumbrón, y no puedo obviar su reciente visita al Bernabéu, en la que tuvo ocasión de conocer a la Saeta Rubia. Emocionado, me reconoció sin complejos que lloró como un niño ante su presencia y al estrechar su mano. Pero eso fue mucho después de que me entronizara en el hospital. Retengo tantas anécdotas que ni en diez posts cabrían. Me dijo ayer Marc que recuerda perfectamente cómo me puteaba. Vamos a hacer un examen, va, mientras el se iba a Urgencias más de una hora dejándome sólo, anticipándose a su futuro menos inmediato.
Siempre le he tratado como a un mentor. Como a una especie de tío o hermano mayor, con el máximo respeto. Si él decía una cosa, yo callaba. Escuchaba. Con el tiempo, me largué de Manresa y dejé de tratarlo tan asiduamente durante casi medio lustro. Él estudió Enfermería y acabó instalándose en Manresa. Ambos, todos, seguimos adelante. Yo me hice mayor y al regresar, él era ya una persona influyente en el ámbito hospitalario. Subió escalafones como la espuma y trabajaba con una ansia propia del nervio que lo identificaba. Recuperamos un poco el hilo al tiempo que percibía un trato diferente, un trato de tú a tú: me había reservado un rincón cercano en el que trataríamos todos los temas abiertamente. Me escuchaba, notaba que me respetaba y me apreciaba tanto como yo a él: ambos habíamos crecido.
Pero se chungó. Los efectos de un trasplante precoz regresaron amenazando todo lo que había construido, incluyendo una maravillosa familia con tres hermosas niñas. Llegué muy tarde al progresivo deterioro de sus órganos, demasiado tarde. Fui a verle a casa. Lo vi realmente mal y él tampoco se escondió. Me fui trastornado, en estado de shock: el invencible Mac postrado en un sofá, abatido por la vida. Me escribió: Javi, hoy te he visto compungido. Le respondí con una diatriba sobre la distancia, el olvido y la culpabilidad. Al poco, ingresó una noche, mi novia era la enfermera que lo llevaba. Nos quedamos solos. Me dijo: bueno, Javi, ¿para cuándo un post sobre mi? Se había reído mucho con mi entrada sobre la legendaria alfombra cagliaritana y desde entonces solía navegar por esta bitácora. Yo le dije: ¡pero si ya estás en más de uno!
Quiso hacer un crucero. Hablaron con Ana y pensaron: qué cojones... Había visto mi borsalino en alguna foto del facebook y me lo pidió prestado. Me dijo: ¡que me estoy quedando calvo, Javi! Pero ése no era un signo de debilidad, no necesitaba demostrar nada. Mas al contrario, si algo le define y le ha definido en todo este proceso, es la lucha constante por sobrevivir, la fuerza por seguir adelante y aguantar y volver a seguir con el mismo ímpetu. Se fumó cuatro cigarros en cinco minutos. ¿Quién era yo para negárselos? Me llamó desde Monreale (Palermo). Recordaba que le dije que aquél claustro era un lugar de paz como pocos. ¡Tío, que estoy en Monreale y me hace gracia hablar contigo! La semana pasada volvieron a ingresarlo. Yo entraba a trabajar y apenas tuve diez minutos para charlar con él. Hablamos sobre la mierda de comida del hospital, sobre los Clásicos y el rollo italiano. Se había enamorado de Roma, pensaba en escaparse cuatro o cinco días con Ana.
Ayer intenté verle por última vez. Me llamó Txema terriblemente afectado. Subí antes de cenar desde la campiña, como era ya costumbre entre nosotros tratar ésta su tierra. Se alegraba un montón de que me fuera bien, en una ocasión me escribió: Te veo muy bien con ella, y ESO me alegra. En nuestra última conversación seria mostró preocupación por el dinero y el futuro más cercano. Hay que vivir al día, pero con un ojo en el futuro. Pese a todo. Me quedé con ganas de más. Quise preguntarle un millón de cosas más. Pero en una cama de hospital no hay sitio para tanto. Se reía del Barça y masculló un puto Messi, me dijeron. Ojalá hubiese acabado anteanoche el Madrid con la hegemonía blaugrana, decíamos, ojalá...
Llego a casa después de la media noche y escribo: Cuando bajo el manto negro de la noche venga a buscarte y a reclamar lo que es suyo no te resistas, demuéstrale de qué estás hecho. Ríete de ella y de su anticuado look. Nosotros llegaremos pronto, viejo mentor, no te apures. Cabalga sin miedo.
Vibra el teléfono temprano. Anoche apenas pude dormir. La cabeza me iba a mil por hora. Es un mensaje escueto que confirma la noticia. Llamo a Marc, está hundido. Me tomo un café y saco a pasear a Chloe con aire distraído. Me siento a escribir estas líneas pensando en él. No puedo dejar de pensar en él. Leo al momento todos los homenajes que va dejando la gente en su muro del facebook y se me pone la piel de gallina.
Me quema la silla. Fuera hace un calor de mil demonios. No sé si subir o esperar. Me comentan que en el hospital hay un millón de personas. No quiero hundirme. No quiero verle así. Se ha ido mi puto maestro y me siento asquerosamente culpable.
Mac, aquí tienes tu puto post de mierda. Espero que te guste, mamón.
Nunca he dejado de tenerte en cuenta.
Mantendré vivo tu recuerdo.
Nos veremos al otro lado.
Requiescat in pace.

P. S. : Dedicado a la memoria de mi amigo y a su esposa Ana. A sus niñas, Aida, Marta y Cristina. Y a sus amigos Marc, Txema y mi hermano Quim, la vieja guardia.

domingo, 14 de agosto de 2011

PÉRDIDAS CON MEDIO LUSTRO DE RETRASO


Mientras observaba a mi Chloe palidecer allá en el piso, tras el duro postoperatorio, iba reconstruyendo el personaje más molesto de todos. Sus temblores desconocidos se me clavaban como puñales de otro tiempo; sufría los ardores propios del hombre que tiene que salir a por tabaco y acaba regresando al día siguiente. Esa ansiedad desregulada es la que me estalla en las narices una y otra vez, tiñendo de negro la hoja de reclamaciones más absurda, difundiendo la incertidumbre de arriba abajo y del frío ártico a los remotos mares del sur.
¿Cómo había llegado hasta aquí? Habría cientos de miles de casos en los que tildaría de amoral la situación y podría llegar a abarcarlos a todos sin atajar, pero en un caso tan cercano duele de cojones y no alcanza a cubrir los daños: que jueguen con lo que creíste que era tuyo, inamoviblemente tuyo, es tan frustrante como opinar concretamente sobre algo; sobre la visita del Papa y las jornadas éstas que no paran de anunciar en la Cope, por ejemplo. O sobre la desgracia de Oslo y la perversión del ser humano mientras Londres arde y el mundo entero se prepara para la enésima revolución (antes de que el planeta explote en mil pedazos).
La náusea precede a un estado hipnótico lamentable: a cuántos no les costaría apretar el gatillo o arrojarte a los leones porque sí. La mera idea de convivir con todo este montón de mierda me repugna hasta los límites de la frontera del sosiego, hasta encharcarme la pleura por completo. Si durante estos últimos cinco años no hubiera logrado completar el proceso que me libera de toda esta basura, tendría un motivo para actuar en consecuencia, una vía de escape que no menospreciara ningún tratamiento oncológico ni los esfuerzos de un viejo amigo en apuros.
Si hecho un vistazo no veo más que sombras, mas nada quisiera con el mismo trastorno que el amor de mis dos chicas nomás. Hice algunas cosas que recordé esta noche, algunas como robar en un supermercado de Mónaco o caer violentamente al piso engrilletado por un carabiniere palermitano que no atendía a razones. Jamás pensé en el dinero ni en cómo abastecerme, era un inconsciente y un maldito insensato. Llegaba tarde a mi cita con el destino, pero… ¿cómo cojones iba yo a saberlo? ¿Cómo iba a suponer que yo también encontraría la Piedra Filosofal? El problema es el antagonismo que le resulta. La felicidad exhalada en un suspiro, el deseo… volatilizado, como siempre. Desde la bolsa de interinos hacia los recortes sanitarios. De la vida a la muerte en menos de un segundo, para compensar un caramelo envenenado y el ajuste de una doble responsabilidad tristemente aceptada como el desafío más grande al que jamás podré someterme.
Repelo al ser genérico con sumo placer y a él le saludo de lejos. Desempolvaría mi fusil se fuera necesario llegado el momento. Por lo demás, ardo en deseos de esperar a que los turistas se vayan y nos dejen disfrutar del momento: 19 días para cruzar el charco como un Viracocha encarnado, y una mochila repleta de ilusión para recorrer los restos del Imperio Incaico tras los pasos de los hermanos Pizarro y todo su tropel de saqueadores impíos.
Mientras observo a la pequeña Chloe tratando de jugar con su desgastada flor en el piso, todavía convaleciente tras el duro postoperatorio, voy reconstruyendo al personaje más molesto de todos. Pero las noches de un verano inoportuno no me sonrojan con desdichas de otro tiempo; sufría los ardores del hombre que tiene que salir a por tabaco y acaba regresando al día siguiente, si bien esta ansiedad no regulada que me estallaba en las narices una y otra vez, retumba hoy en el negro alquitrán como una cándida retahíla protegida por el manto de la sabia Mama Quilla.

viernes, 29 de julio de 2011

RIESGOS ANACORÍTICOS FORTUITOS

De la misma manera que el mar nunca cede, el problema a sortear es el que se origina por el espacio que hay entre la falsa ingenuidad necesaria y un demoledor pronto mordaz. Hay que ser precavido -asoman tiempos difíciles-, pero yo no puedo dejar de preguntarme qué hay de veraz en ello.
Sobre lo que hice y lo que podría hacer no hay dudas: una posible salida de tono merece tratamiento indeleble y corazón acerado junto a una expresión incrédula a más no poder; no es responsabilidad mía si los que una vez me cercaron no son capaces de gestionar un patrimonio así, ya que, si bien me duele, no pretendo perseguir ni condenar a nadie bajo pena de destierro. Fantaseo con ese extraordinario poder mientras cabalgo a lomos de Bucéfalo buscando un lugar, uno que siempre acaba siendo demasiado pírrico para el inexpugnable fortín mental. Si pudiese recuperar aquella capacidad para sorprenderme al máximo, aquella sensación bañada con una adrenalina casi virgen, encontraría aquél soporte que aseguraría el recuerdo con pie firme y esperanza intacta.
El viaje nunca acaba. Adoro al machete que me permite progresar rechazando la espesa maleza como compañía que murmura torpemente entre la espuma que domina las horas muertas. Malgastaba el dinero huyendo del origen del dilema que me hostigaba noche tras noche, lejos de la arena y las bagatelas del colmado. En el barrio, las cosas nunca mutaron lo suficiente como para hacerme volver a replantearme mi modus operandi. No obstante, pensar en lo que pudieran conseguir no me inquietaba demasiado: era lo que yo jamás alcanzaría lo que no me dejaba vivir.
Seguridad es lo que todos anhelamos. E irradiarla por doquier. Estaría cerca si no mostrara signos de flaqueza entre el desespero de agujas que pretendiesen atravesar la cota de mallas; la identidad perdida sería como un juguete nuevo en manos del caprichoso emperador, a merced del desarraigo y los secretos de alcoba. He relegado a la desidia en aras de un destino mejor, arrinconada por completo por obra y gracia de una pequeña flor azul que sólo crece en las raras montañas del prepirineo catalán.
De la misma manera que el mar nunca cede, el problema a sortear es el que se origina cuando el tiempo de reacción se acorta tanto que concede una excesiva ventaja al jodido Gran Hermano, y una tendencia a arriesgar el preciado botín del que una vez quiso ser anacoreta por accidente. Hay que ser precavido, pero yo no puedo dejar de preguntarme qué hay de bueno en eso. *
* Dedicado a mi viejo camarada Iván Bati 9 en su día, año del Apache.

miércoles, 20 de julio de 2011

O QUÉ...

Las comparaciones son odiosas, muy odiosas. Pero yo no soy muy ducho en esa mierda, nunca lo he sido.
Tras cierto tiempo insistiendo en un tema muy farragoso, un compañero de trabajo volvió a embestir anoche con la misma mierda, esa en la que no soy muy ducho:
_... Pues empieza el día 15 de septiembre, en serio. Dice que ya está harto del trabajo de aquí abajo, que no lo soporta más. ¿No te han dicho nada?
_Pues no, pero me extraña. Me lo hubiera dicho, o me hubiese enterado ya.
Empiezo a perder la paciencia, intento ser amable, llevarme bien con el populacho siempre, pero el hijoputa no deja de fastidiarme y parece haber pillado carrerilla y no querer parar. Se ríe como una alimaña, diríase que disfruta. Me da puto asco, siento puto asco.
_Pues como no te den la plaza a ti se te va a acabar el chollo, porque, seamos honestos, si no, ¿acaso estarías trabajando? O qué.
Suena el teléfono. No puedo dejar que suene mucho rato, pero me arde todo. Me ha calentado tanto y llevo tanto tiempo aguantando que debería saltarle a la puta yugular sin dudarlo. ¿O qué cojones? Un resorte conocido me impulsa a descolgar, al tiempo que el fulano desaparece dando un portazo rápido, evitando la fulgurante reacción que se había estado cociendo en mis entrañas. No puedo evitar pensar que me ha pillado con la guardia baja y que soy un grandísimo pardillo, pero eso es siempre a posteriori.
Esta noche ha vuelto a mi garita, hace poco rato. Se ha puesto a leer el periódico con un aire despreocupado muy repelente. Yo estaba presto y dispuesto, con la guadaña afilada. Qué demonios, soy conocido por no dar cuartelillo al apuntador, pensaba esta mañana. ¿Qué tendría que perder? ¿Una conversación absurda menos en el trabajo? Su labor no se relaciona directamente con la mía. Qué ganas le tenía… pero necesitaba un motivo, una frase fuera de lugar al menos. Cualquier excusa para propinarle un hachazo mortal; como si intuyera algo, si es que los memos como él son capaces de hacerlo, ha relajado su postura y hasta me ha pedido permiso para llevarse el jodido diario.
_¿Tienes mucho curro, eh? Le espeto yo en el mismo tono sarcástico que suele usar él.
_Bah, como aquellos no se sacan la faena de encima yo paso, ya me llamarán.
Como si él tuviese el poder de asegurarme el trabajo, de otorgarme la plaza. No voy a escribir que todo el mundo, aquí, piensa que es gilipollas y que le falta un hervor. Ni que ganarme un enemigo con tan poca conexión con el resto de la gente, aquí, no me perjudica en absoluto. Sin embargo y tras muchas pruebas, idas, venidas y otros contactos con el pueblo llano (aquellos que no forman parte de mi círculo, se entiende), no puedo evitar pensar en un fracaso o despiste manifiesto que me aleja del rebaño y el camino que intento seguir. Y, sinceramente, no me apetece nada volver sobre mis pasos.
Pero claro, me pregunto cosas, muchas cosas: ¿cómo un puto desgraciado se atreve a soltar semejante frase hiriente como si nada? La de seamos honestos, si no, ¿acaso estarías trabajando? O qué (undécima línea). ¿Con qué confianza -o lo que sea que le dé alas a este puto tarao- suelta esa mierda? ¿En algún momento es consciente de lo que está diciendo? ¿Lo hace con mala leche o algún tipo de maldad tragicómica, o sólo es a modo de pasatiempos tipo qué fresco que hace para el mes que estamos, no? ¿Y qué cojones sabe ese tío sobre mi vida para opinar así libremente? O qué cojones...
Intromisión es un término muy suave para definir la situación, pero me gusta esa palabra. Laura trataba de calmarme de vuelta en el coche (vols dir que no en fas un gra massa?), pero yo sólo pensaba en cortarle la cabeza a ese cabrón. No es que ya no entienda cómo alguien puede inmiscuirse así sin más, no es sólo eso. Simplemente, no puedo dejar marchar a alguien así, sin más. No hay impunidad posible. Ella lo sabe y rectifica, y yo también lo sé. Su mierda de vida tampoco es de recibo y sería un objetivo demasiado fácil a la vez que poco honorable (como recurso), mientras yo quedo al descubierto con mis vergüenzas al aire y todo lo que una vez fue aspiración queda convertido en posible broncoaspiración.
La verdad es que el episodio de anoche supeditó el resto de mis relaciones desde hora bien temprana. Me sentí inseguro y oprimido, cosa que provocó numerosas fricciones de difícil resolución. Algunas tan livianas como las referentes a mi nuevo peinado o despeinado, según quien mire. Al final, pero, ese fulano no pretendía comparar nada después de todo, ni mucho menos ser ducho en algo tan complicado para una mente tan pobre. Pero yo no soy un capullo y todo tiene un límite, no necesito que nadie me recuerde que yo sí los tengo (límites),
¡¿o qué cojones?!

lunes, 11 de julio de 2011

VACACIONES Y OTROS REMEDIOS CASEROS DE INTERÉS

Las vacaciones. ¿Cómo escribir sobre ellas? Si la gente se muere y el año que viene el mundo se va al garete. Pero se me ocurre una cosa, una muy sencilla: el volver después de una semana o dos, según se tercie, ya no es tan dramático como antaño. Lo digo en serio, y, como tal, ayer mismo se lo trasladé a Laura. Pretendía ser un hecho concreto, demostrable, empírico, no un cumplido fácil. Intenté que lo viera desde las dos vertientes porque no pretendía engañarle ni traicionar mi espíritu, no a estas alturas. Al fin y al cabo, puede que no sea muy ocurrente, ¿verdad? Pura estabilidad.
Volver al trabajo sí que es un drama en toda regla. Te sientes torpe, fuera de lugar, nada encaja porque tú no encajas. Las horas son mucho más interminables que de costumbre y gozas menos el fin de la segunda temporada de Breaking Bad. Me pregunto cómo es que la dejé de lado en su momento. Ni siquiera son las siete, el reloj no avanza. Es injusto, sobre todo ahora que llevo uno de pulsera, uno de relumbrón. Laura está enganchadísima a Anatomía de Grey mientras yo sigo cambiando mis costumbres. Existe una lucha soterrada para imponer nuestras respectivas series al mínimo despiste; lo que antes provocaba miedo y rechazo ahora resulta esperanzador y conmovedor. Soy como el niño que nunca fui pero con 31 años, siempre preparado para asumir nuevos retos como la esponja del almacén de Pessoa. Quince minutos me separan del coche. ¿Dónde lo habré aparcado, por cierto?
Me pregunto si alguna vez he dejado de estar de vacaciones. Sé de alguien que también se estará haciendo la misma pregunta. Después de medio año, el 2011 ha dejado de latir para sellar la fusión definitiva entre el cielo y la tierra, entre el blog y mi persona. Entre la paz y la guerra. Lo que una vez impulsó esta vena reposa felizmente hoy entre las paredes de este tranquilo y aburrido pueblo de la campiña bergadana. Quién me viera ayer tal vez se pregunte qué es lo que queda de mi. Yo mismo me lo pregunto a veces, pero sólo a veces. Cuando salgo de mi ensimismamiento vuelvo a mi agradable realidad y a los nuevos problemas con espada presta. Tengo lo que nunca soñé alcanzar porque creí de veras que me la estaban jugando, por lo que mis reacciones son más lentas de lo habitual y se rigen por unos parámetros basados en una existencia mal medida y peor llevada.
A estas alturas del verano y después de recorrer la Costa Brava, mi bronceado ralla lo esperpéntico. Jamás estuve tan moreno como en estos días de julio, mi mes preferido como suelo decir. Ya ni siquiera mi piel se queja ni se enrojece como la de los guiris que usan una protección por debajo de cinco. Tanto alcohol no puede ser bueno, pero de eso vivimos en este país. Hay que joderse. Acabo de volver de vacaciones y todavía no las he hecho. Tiene guasa. Te pasas gran parte del año deseando largarte y cuando por fin lo consigues, un suspiro de alivio recorre tu maltrecho cuerpo para prometerte que siempre habrá una segunda oportunidad lejos de tu sofá. Una en la que cruzar el charco sea un juego de niños al alcance de todos, una en la que llegar a la Montaña Vieja sea la máxima cima, no sólo del viaje concreto, si no de toda una sensación captada por entero y aspirada con la mayor vehemencia posible.
Escribir sobre las vacaciones, ¿para qué? Yo siempre estoy de vacaciones. Se acabaron los dramas. Pura estabilidad.
Pura vida. *

* ¡Iniesta de mi vida! (Un año después).

viernes, 24 de junio de 2011

COMO SI NO SUPIERA RELACIONARME

Llevo unos días fuera de mí y no sé si echarle la culpa al eclipse lunar del día 15.
Se me acaban los argumentos para justificar un cataclismo de máximo secreto, con lo que mi nuevo estado civil no alcanza para destapar el gran misterio y provoca que pretenda reventar mis órganos internos más lentamente de lo habitual, 
si bien no antes del anuncio definitivo.
¿Puede ser la culpa suya? Es un esfuerzo ínfimo el que me reclama, y yo soy incapaz de concederle semejante afán. Me gustaría saber cuándo se activó en mi ese resorte que me empujó a estar constantemente en guardia; tradicionalmente con demasiada frecuencia –por desgracia-, no he sido un toro fácil de lidiar a la hora de, por ejemplo, mantener una conversación de intensidad baja. Y no es que fuera yo una persona de altos vuelos -cosa que me han achacado a menudo-, no. Los motivos varían según con quién hables y se cuentan por miles; algunos comentan que, tras mi enamoramiento definitivo, ha habido una clara relajación en cuanto al carácter y los desvaríos, cosa que juega a mi favor. Entre los asiduos, las más agradecidas, las novias de mis amigos. Otros, no obstante, aluden sin ningún pudor a lo que yo llamo fin de la inocencia y caída de los mitos, o lo que es lo mismo, el jodido e inexorable paso del tiempo, un tema, más que trillado, principal 
(en esta bitácora).
Que la vejez afloja esfínteres es indudable y más que evidente, pero de la propia evolución personal pocos hablan, y eso es debido a que es mía-propia, personal e intransferible, y de eso sólo sé yo. En esta materia, ninguna opinión es de recibo. Sin embargo, cuando crees que tus retos ya no pueden llevarte más allá, descubres que siempre acaba surgiendo algo nuevo que te obliga a mantener tu credo inalterable, lejos de la impaciencia habitual. Es esa otra manera de estar en guardia, más acorde con las necesidades actuales. El cómo combinar esas dos esferas (la personal y la social), es algo que ni yo mismo me explico cómo me sigue costando tanto, a estas alturas. ¿Un defecto de fabricación, tal vez?
Había una cena, pero mañana surgirá otra cosa y hoy ya era Patum. Siempre hay algo que me sirve de excusa para dilapidar meses de trabajo en un solo instante, en una sola frase. Mi boca arde por escupir toda la rabia contenida como si fuese un jodido reactor nuclear apunto de estallar y, a partir de ahí, intentar que no salpique con daños colaterales. La gente lo entiende como una digna consecuencia del estrés acumulado y sonríen con un cuchillo entre los dientes, en vez de seguir utilizando una obviedad tras otra como piedra angular de la miserable cháchara que comparten con animosidad. No soy mejor que nadie, pero tampoco desenvainaría gratuitamente mi espada láser. 
Siempre hay una razón de peso de por medio.
De vuelta en el refugio, que es en lo que pienso desde el primer segundo en que empiezo a sentirme mal, reviso las huellas de una vida animal y me dejo caer entre las suaves sábanas de lino blanco de mi cama. Es temprano, huele a café recién hecho y los albatros canturrean al unísono. Estoy contento, el peligro ha pasado, vuelvo a estar preparado para el contacto (justo antes del anuncio definitivo).

miércoles, 8 de junio de 2011

CHLOE


Una interminable lista de agravios y entradas pendientes me caía hasta los pies tras ser desplegada a modo de acusación. Esto me producía un profundo desasosiego difícilmente tolerable, pero el escriba apenas se inmutaba. Mientras me iba haciendo una montaña del asunto y calculaba las horas que tendría que dedicarle (descubriendo no pisar suelo firme y que el papiro era inagotable), la extraña postura que manejaba el fulano –irradiando bondad por doquier- minaba mi paciencia y las ganas de responder ante un jurado hostil, cosa que, por otro lado, no podía posponer.
Sonaba un piano de fondo, lo hacía con piedad. Me desplacé flotando hacia el origen exacto de la celestial melodía, pero sólo alcancé a ver unos larguísimos y huesudos dedos itinerantes. Estaba agotado, no quería seguir malgastando mi tiempo, yo sólo intentaba satisfacer la demanda a toda prisa. La lluvia parecía no tener fin. Percibí una presencia a mi lado que no acababa de mostrarse. Sentía que el pánico se apoderaba de mi, no podía controlar la situación. El fulano era decididamente esquivo, resultaba inútil tratar de averiguar qué demonios pretendía.
Al otro lado de la calle, la bella Chloe se desplazaba con unos pasitos cortos muy graciosos. Se contoneaba con una gracilidad hermosa de ver y todos, menos el escriba, la miraban. Éste asistía impertérrito al espectáculo; su rostro, tan altivo como difícil de encajar, dejaba al descubierto una extraña sombra a la altura de la barbilla. Chloe, tan lozana como de costumbre, se empeñaba en intentar demostrarme todo su cariño al tiempo que solicitaba mi absoluta atención, pero yo no estaba por la labor. Con todo lo que me estaba cayendo encima, era irritantemente impertinente.
El pianista no llegaba a sacarme de mis casillas, ni tan siquiera la dulce Chloe. Era el maldito escriba que, con su mirada penetrante y amenazadora en momentos de máxima tensión, se negaba a proporcionarme las respuestas que necesitaba para salir de aquel puto laberinto. Desde la necrópolis, en espera de una taquilla que estaba mendigando en exceso, no podía hacer otra cosa que esperar. Esperar mi jodido turno y que los trabajos no se prolongaran en exceso, cosa que, por otro lado,
no debería posponer mucho más tiempo.