viernes, 10 de octubre de 2008

DERIVAS


Me dice que no puede dejar de pensar en ella almenos un poquito cada día.

lunes, 6 de octubre de 2008

CULPABLE

Era una mañana fría de principios de octubre.
Hacía sol, pero era un sol inútil, yermo; diríase que procuraba calentar -como hasta hace bien poco hacía- casi inocentemente, si llegara a ser consciente. El verano se había perdido entre las noches del tiempo y era apenas el recuerdo de una vida mejor, y, como tal, a mejor vida había pasado.
Estábamos cerca de un lugar repleto de gente. Al acercarnos, tediosamente, distinguimos grupos de personas fuera, en la calle. Íban elegantemente vestidos, pero de negro riguroso. Cuchicheaban en un tono algo triste y más bien desinteresado. Algunos llevaban gafas de sol. Al percatarse de nuestra presencia, muchos de ellos se acercaron tímidamente a hablarnos; en ese instante, mis dos acompañantes se bifurcaron, ladeándose lentamente entre aquellos ríos de gente...


Noto que estoy, pero presencio la escena con cierta magnificencia ajena, como si la cosa no fuera conmigo. Observo cruelmente todos los detalles, hasta toparme con un edificio en el que podría desembocar toda acción. No hay niños jugueteando por ningún lado ni ruidos de ningún tipo. Yo también voy vestido de negro, pero eso no es nada raro. Hay muchas mujeres, más que hombres. Oigo el silbido del viento, que como una cuchilla de acero helada atraviesa mi cuerpo endeble, alertándome del repique de unas campanas. Miro hacia arriba y encuentro horrorizado -por inesperado- una cruz cristiana gigante en lo alto del edificio. Es una iglesia, diría que románica por su arco, en la fachada de la cual se aprecia un discreto rosetón.
Como respondiendo a una señal, la multitud empieza a entrar, torpemente y sin prisa aparente. Me descubro del amparo de mis Ray-Ban, miro el reloj, son las doce del mediodía. Mis dos acompañantes aparecen en mi campo visual, se dirigen hacia mí. Prácticamente están todos dentro ya.
- Es la hora, vamos.
Entramos los últimos. Todos nos miran, y esta vez me siento realmente observado. Llevo las gafas en la mano. Parece que nos han reservado un sitio delante. Hay un gran ataúd de madera en vez de un altar. El altar... ¿dónde está?
Hay un Pantocrátor presidiendo la sala. Se me cruza un pensamiento por San Climent de Taüll. Aparece un cura o párroco entre el más estricto silencio. Nos levantamos todos de golpe y se rompe el ambiente por el traqueteo de los bancos de madera. El hombrecillo de la túnica blanca empieza a aleccionar a los feligreses. Resulta desalentador. Me giro hacia atrás y veo bostezos en algunos presentes. Se ponen rápidamente las manos en la cara al descubrirme, tapándose. Estoy aterrizando. "Porque no pueden ponerse las gafas de sol", pienso.
Acaba el sermón o lo que sea. Mis dos acompañantes me instan a moverme. Nos acercamos al féretro. Nos ponemos en fila.
Uno a uno, todos pasan por el sepulcro y lo tocan en aparente actitud deferente, algunos incluso lo besan. Hay algunas lágrimas, no sé cuáles son de cocodrilo. Empiezo a ponerme nervioso de verdad.
El siguiente paso es saludarnos. Algunos no saben que decir,
otros nos dan el pésame en esta especie de Iglesia velada tan extraña:
"Era una mujer maravillosa", "fue una luchadora nata", "siempre os puso por delante, para ella no había nada más", etc.
(...)
Joder.
Somos la familia de alguien que se acaba de morir...
Los nervios se agolpan en la boca de mi estómago y oigo un ligero pitido en mis oídos que amenaza con ir en aumento.

No sé cuanto tiempo pasó, pero fue una maldita eternidad. Ni siquiera sé como logré mantenerme en pie.

Nos quedamos solos. Están todos fuera, cuchicheando, os oigo. "Pobres muchachos". "Menos mal que ya son grandes". Me llega un ligero aroma a tabaco. Miro a mis dos acompañantes, que de repente se han convertido en mis hermanos. Lloran amargamente. Me tambaleo hasta la jodida caja de madera, estoy a punto de caerme al suelo. Los oídos me van a estallar y me invade un mareo que me acerca a un peligroso estado de pre-síncope.
"Les quería más que nada en el mundo".

Me avalanzo sobre el ataúd, se me nubla la vista.
Me desmayo intentando ver algo,
perdiéndome entre una imagen que me dio la vida

y un último sentimiento brutal de culpabilidad...

martes, 16 de septiembre de 2008

Tú no me conoces, pero yo a tí sí.
Te he seguido por la calle. Sé quienes son tus amigos y dónde sueles ir. Sé que te encanta hacer un café en el Maïami, aunque sea solo, porque el local es muy chulo, impropio de una ciudad como esta. Sé el diario que compras (sólo los domingos) y la marca de cigarrillos que fumas. Te he visto muchas veces saliendo de tu casa con maletas, y siempre me he preguntado a dónde irías. Por suerte, volvías pronto.
Te conozco, pero tú a mi no. No quiero parecer una obsesa,
pero estoy totalmente enamorada de tí. Me ha costado mucho dar este paso pero al final me he armado de valor. Te quiero con todo el alma, tengo el corazón que se me sale del pecho mientras te escribo...
Quería adjuntarte una foto, pero la vergüenza es demasiada. Seguramente esto te parecerá absurdo o una broma, pero tenía que escribírtelo y es todo verdad. Nunca había sentido con esta intensidad, ¡es una locura!
No suelo hacer estas cosas. No soy ninguna chiquilla. Pero hay algo dentro de mí que me arde y lleva tu nombre. Un nombre que, hecho persona y convertido en tí, me abraza y besa por las noches en mis sueños una y otra vez...
Estaré el sábado antes de cenar en ese local tan chulo que parece impropio de esta ciudad...


Tenía 23 años cuando recibió esta carta. No llevaba sello ni remite, lo que significaba que, quien fuese, la había dipositado directamente en el buzón. Era lunes.
Esa semana la pasó entre la paranoia del saberse seguido y una cierta turbación; no dejó de hacerse preguntas estúpidas hasta el día señalado. Pensó que, aunque ella lo negara, probablemente sería una niñata. Si es que era una chica... La eclosión de internet había hecho mucho daño y por un momento también pensó en Lucía y el sexo.
"Qué gracioso, a ella le arde el pecho y a mí la puta cabeza cabalística madonniana me va a estallar..."
No se lo comentó a nadie, pero tenía claro que ese sábado iba a hacer acto de presencia;
no tenía nada que perder. Estaba más solo que un perro y eso era lo más emocionante que le había pasado en un mes (por lo menos). La curiosidad era demasiada y la emoción galopaba por su autoestima como un jinete loco sin montura.
En la misiva decía que estaría en el Maïami antes de cenar, pero él se acercó mucho antes para inspeccionar el terreno. Desde una esquina casi imperceptible divisaba la zona y trataba de controlar la situación y sus nervios. En el garito habían cuatro viejos sentados en la misma mesa y nada destacable a la vista. Cuanto más tiempo pasaba, entre el humo de los coches y el de sus cigarrillos, más estúpido se sentía. Al punto de irse, apareció una chica que avanzaba titubeante hacia el local. Entró y se sentó en la barra, mirando hacia fuera sin demasiada vehemencia. Era delgada, no muy alta y con el pelo castaño. Estaba anocheciendo.
Desde la barrera, en su rincón expectante, veía sus rizos corretear por su espalda y hombros. O eso imaginó, porque así es como lo recuerda hoy cuando ha abierto el buzón. Él acabaría por decidir quedarse fuera del juego, sintiendo algo parecido al pánico, maniatado, según recuerda.
En el momento que parecía que ella iba a irse -después de más de una hora-, él saltó como un resorte. Entre que recogía sus bártulos, pagaba la cuenta y chocaba con él en la puerta del garito, apenas pasaron unos segundos. Lo recuerda como una sensación adrenalítica difícil de describir, como un acto reflejo y otro insensato sumados.
(...)
Había luna llena. No se llamaba Lucía, pero casi. Estuvieron toda la noche juntos. Toda la noche y toda una semana en que parecía no existir nadie ni nada más. La desigualdad del inicio se había esfumado, mientras ambos vivían y saboreaban largos minutos y horas de gloria con sus caras iluminadas por un maravilloso virus de algo que semejaba el pleno amor.
Aun era verano. Como toda historia increíble (o inverosímil o feliz) no duró demasiado. Una semana, para ser más exactos. Una semana de septiembre en que parecía no existir nada ni nadie más. Ella se largó por problemas e historias familiares, fuera del país; ya lo sabía antes de encontrarle -de chocar con él, mejor dicho- en el Maïami. Al octavo día, después del descanso judío, se iría como si nada, con todas las esperanzas ajenas hechas pedazos. Siempre se preguntó muchas cosas, pero no estaba seguro de lo que le pertenecía a ella por entero; ¿Cuánto tiempo llevaba observándole? ¿Lo había planeado así? ¿Cómo pasó de "ser especial querido" a arma enamoradiza y desecho quebradizo? Si le hubiera querido de verdad no se hubiera ido jamás. Le sorprendía esa especie de conciencia con fecha caducada mezclada con el amor incondicional e intenso a un desconocido tan conocido. No le quedó más remedio que no pensar demasiado en ella y dejar el egocentrismo a un lado;
con el tiempo, pasaría a ser una historieta más de su vida, una breve aparición en un extraño sueño obsoleto y una manía el abrir el buzón cada día. Todo le rozaba pero nada le tocaba, era la historia de su vida, y esto nunca sería capaz de asumirlo. Le encantaba pensar que se le negaba la vida real porque había "alguien" que tenía otros planes para él...
Lunes, 15 de septiembre, 2008. Luna llena. Hay una carta en el buzón, y el cartero no pasa los lunes. Ni mires el correo ni quieras cortarte el pelo en lunes.
Ha llovido mucho. Vuelco en el corazón. Es ella.
(...)

Siento volver de este modo. Sabes que no tengo muchas agallas. Tuve que irme y no quería hacerlo más duro. Lo he pasado muy mal todo este tiempo. Estoy independizada y vivo sola donde mis padres, no sé si lo recuerdas, desde hace una semana. 7 días en esta ciudad para rememorar otros tantos y decidirme a pasar otra vez por tu casa a dejarte una carta. Sé que no tengo derecho a hacerte esto, pero almenos esta vez no te he seguido, aunque sé que estás aquí aun. Si lo hago es porque te quiero, y si he vuelto es por tí. Te necesito, nunca he dejado de estar enamorada de tí. Es la verdad. El miedo me hace escribir en vez de hablarte directamente. Es mi intermediario hoy, pero el próximo sábado esto podría cambiar.
¿Recuerdas cuando Michael Corleone vuelve de Sicilia después de la muerte de Apollonia?
Estaré el sábado antes de cenar en ese local tan chulo que parece impropio de esta ciudad...


Entre la obligación del casarse y el amor verdadero hay un mundo...
Cuando Michael regresa, lo primero que hace es ir a buscar a Kay. El diálogo en movimiento entre la mujer herida -por el abandono y el amor desatendido- y el nuevo hombre consciente de sus actos y obligaciones, es de altura; era una manera, un tanto brusca, de reconocer que no había otra chica para él en el mundo y que "necesitaba" pasar su vida entera con ella.
El caso es que en Sicilia había empezado otra vida; hombre era, como las dos caras de una moneda (de ahí lo brusco, almenos de puertas hacia fuera y hacia ella), así que tenía que actuar rápido;
"¿Por qué ahora? Y lo más importante: ¿por qué yo?"
¿Estaría en peligro?
¿Cómo saber cuando hay que dejarse llevar por las circunstancias? ¿Cómo se decide si un tren ha pasado ya o tiene que quedarse? (Tal vez ese tren reste averiado, oxidado y repleto de graffitis como esos viejos RN080ACM-10 que decoran tantas vías abandonadas).
¿Acaso sería menos hombre?
Tenía menos de una semana para decidir que iba a hacer al respecto...

domingo, 7 de septiembre de 2008

Aquella mañana se despertó más temprano de lo habitual,
como inducido por un resorte invisible y desconocido. Se encaminó medio dormido hacia la ducha y sin dar los buenos días, como era costumbre en él. Al abrir los ojos, ante el espejo, notó un dolor de cabeza agudo, intenso, producto de una noche probablemente demasiado larga. "Ibuprofeno. Primer cajón", se dijo mentalmente. Pero no halló nada; de hecho, encontró algo que semejaba unas tijeras, aunque no parecían cortar demasiado. Mientras se quitaba las legañas -con la desidia de sus torpes movimientos almohaderos- decidió no darle más importancia y volver a la cama.
Acertó a vislumbrarla entre la penumbra; yacía en el lado de la ventana,
diríase que dormía plácidamente. Se sentía excitado y empezó a besarle el cuello lentamente; tenía un sabor extraño, seco y ligeramente perfumado.
Ya estaba completamente despierto, mientras que ella empezaba a contornearse como un gatito al ser acariciado. Separó sus bragas con delicadeza, rozando su sexo, lo que le provocó cierta expresión de disgusto_que escenificó dándole la espalda.
Pese al desaire, insistió hasta penetrarla, suavemente, sin protección y por detrás. Respondió con una serie de pequeños suspiros entrecortados, cosa que le estimuló sobremanera. Aumentó el ritmo hasta convertirlo en implacables acometidas; ella gemía a viva voz ya, como poseída en pleno sueño; no era muy usual. Tras 10 minutos frenéticos salióse de dentro suya y, cogiéndole del pelo, le giró la cabeza violentamente mientras acababa,
eyaculándole por toda la cara y dejando al descubierto un exhausto rostro que no acertaba a reconocer...

martes, 2 de septiembre de 2008

NOCIONES PARA UN NUEVO ENFOQUE


Acaba el verano,
y la pluma que yacía seca en el tintero abandonado vuelve a aparecer.
La princesa está triste. Se levanta viento por las noches, un cierto aire fresco tirando a frío. Las nubes nos sobrevuelan, los coches regresan a casa, los aviones matan personas y los atletas siguen haciendo balance.
No empezó mal esto; regentamos resplandores en un islote allá por donde Dalí se masturbaba como un loco. Uno se escondió 3 semanas por la isla que se resiste a avanzar -sometida al abandono de su propia naturaleza- hasta que se hartó de que le miraran. Desde Castellammare del Golfo al gol de Torres; España ganó la Eurocopa de fútbol y no le dedicamos ni una línea. Tocaba huir y de lejos observar a las alocadas hordas patrióticas. No hay nada peor que una multitud enardecida, solía decir el zio Franco, é meglio rimanere lontano.
La princesa está triste. El odio se acrecentó con la llegada de las anginas asesinas hasta que, de golpe y porrazo, llegó agosto. Odas lusitanas para seguir sacándonos del mundo -el billete de vuelta es inalcanzable para bolsillos roídos como estos- y la hora del diablo. Con los astros alineados, los Juegos Olímpicos de Pekín pretendieron engañarnos;
y un país tan grande como China no puede engañar a nadie. La niña feúcha y desdentada que cantaba como los ángeles por un cambiazo escandaloso. ¿Quién dicta los cánones de belleza asiáticos? ¿Mao, aun? ¿O-Ren Ishi? Occidente dirige, los aviones se caen. Más de 150 muertos en Madrid-Barajas y de vuelta al espectáculo mediático lamentable de siempre.
Me escapé un par de veces de la tangente y sin registrarlo, mientras los albatros volvieron a sobrevolar mares cercanos y la princesa seguía triste.
Me dormí en un último anhelo y no vi como la ÑBA de nuestra generación le plantó cara a los EEUU sin Calderón. Busqué una floristería infructuosamente y me instaron a olvidar el desespero, sotiene Enzo, por culpa de una historia sin nombre ni decoro. El reconocimiento de mi estómago y la piel de gallina fotografiada: un poso que anunciaba un futuro cerrado y evidente.
¿Qué cómo lo afrontaría la cabeza, si los ventiladores permanecían apagados, yermos, en espera de que alguien se percatara y los subiera definitivamente al trastero de turno? Si ni siquiera sabía cómo andar los caminos ya yo solo, y el muro de piedra nunca había tenido el efecto deseado...
Empieza el otoño,
un destello que promueve nuevos y buenos aires, casi por obligación. El mismo que hace alejar la fantasmagórica tecnología de las sudadas y frías manos, el mismo que hace sonreir a propios y extraños. Tenía una doble visión sobre la mayoría de las cosas, y seguía preguntándome el porqué. Como el porqué no distingo entre un "porqué" junto y otro separado, después de todo, yo, que me alzo y codeo con los edificios más altos. ¿Qué cosas podría saber distinguir entre la oscuridad de los caballeros y el jolgorio que recorre mi cuerpo veloz como un rayo, arma locuaz cuando una muchacha insolentemente bella me apremia?
La princesa seguirá triste. El frío, justiciero y pendenciero, se encargará de helar a más de uno y congelar todo aquello que no sirva para comer hoy. Puede que nos volvamos a ver en una cárcel de sábanas blancas, si es que el miedo escénico no desiste. Jóvenes diatribas y reflejos de sangre que decidirán dentro de poco, antes de que hayamos muerto, y ya que caí en este mundo. De todas formas, dejarlo todo en manos del juez supremo es excesivo, aunque siempre había sido así; y es en ese sentido que la certeza del movimiento el éxito puede traer.
Imbuídos por el positivismo de una carta alojada en plena ciudad, quién iba a creer algo de lo que yo escribo desde que yo soy, si es que alguien sabe de lo que hablo, porque yo, desde luego, no...
Prometo sacar más la cabeza, dijo el topo al golfista. Manos libres.
¿Qué tendrá la princesa?*
Sonría, por favor.

* la Sonatina de Prosas Profanas de Rubén Darío que me ha venido estos días una y otra vez.

miércoles, 6 de agosto de 2008

LIBERTAD CONDICIONADA

(A LA MANERA DE PESSOA)

Deseos. Sueños.
Dormir... que qué ocurre cuando "no estás". A dónde vas... para Pessoa (a quién debo estas líneas esta noche) soñar es vivir, la vida misma; muy optimista (que ya es decir para este hombre y si se puede utilizar ese término) es. La perturbación que supone no controlarlos llega a superar cualquier perspectiva al respecto. Fatiga pensar que luego tendré que acostarme; "primero es un sonido que forma otro sonido, en la concavidad nocturna de las cosas. Después es un aullido vago, acompañado del oscilar rozado de los letreros de la calle" (...) "Tengo vestigios en la conciencia". No pinta bien.
Para un hombre frágil y vulgar la inconsciencia es la felicidad. Soñar en vidas corrientes, en existencias imaginadas de otros llevadas al extremo del decálogo de un trastorno de personalidad... ¿Quién soy yo que escribo estas líneas? Y lo más importante... ¿qué tiene reservado el Destino para mí? Dentro de la gran obra de teatro que regentamos, los roles asignados siguen siendo incógnitas, como paisajes que nunca contemplaré aunque alguna vez llegue a San Pedro de Alcántara.
Libertad libertad... ¿qué cruel impostor intentó engañarnos con esta palabra? ¿Qué significa? ¿Estado del Bienestar? ¿Elegir?
-Fueron los franceses...
-Pues malditos ellos.
¿Quién no quisiera que le extirparan ese malvado gajo alojado en la cima del ser?
Inteligente sería, más que pensar a cada minuto y desmenuzar las arduas vicisitudes del Hombre.
¿Puede el amor acallar esas atronadoras voces?
"¡La fatiga de ser amado, de ser amado de verdad! ¡La fatiga de ser el objeto del fardo de las emociones ajenas! Convertir a quien quisiera verse libre, siempre libre, en el mozo de cuerda de la responsabilidad de corresponder, de la decencia de no alejarse, para que no se suponga que se es príncipe en las emociones y se reniega lo máximo que un alma puede dar. ¡La fatiga [de] convertírsenos la existencia en algo absolutamente dependiente de una relación con un sentimiento ajeno! ¡La fatiga de, en todo caso, tener forzosamente que sentir, tener forzosamente, aunque sin reciprocidad, que amar también un poco!".
Demasiada responsabilidad. Y si se eligiera -si elegir fuera cosa propia o digna o libre- andarías un ligero trecho con un aviso "sin salida" al final. Vivir el momento, sí. Pero, y no saliendo nunca de la conciencia, te toparías por el camino con un grave desequilibrio.
Desde que el alma es alma que tenemos un problema, como vemos...
266
"La vida puede ser sentida como una náusea en el estómago; la existencia de la propia alma, como una molestia muscular. La desolación del espíritu, cuando se la siente agudamente, produce mareas, desde lejos, en el cuerpo, y duele por delegación.
Soy consciente de mí en un día en que el dolor de ser consciente es, como dice el poeta,[*]
languidez, mareo
y angustioso afán".


[*] El estudiante de Salamanca, José de Espronceda.

Saudade de un país que ni siquiera es el mío y que nunca visitaré... llevaré mi cámara de fotos en el equipaje por si acaso.

domingo, 27 de julio de 2008

LA IDIOSINCRASIA DE LA DESDICHA

[*]
OTRA HISTORIA DE LA NOCHE

Verano. Los niños están todo el día en la calle. Los viejos esperan cualquier cosa, sentados delante de sus casas, tomando el fresco.
La gente está de más buen humor. Muchos hacemos planes pensando en ir a la playa, no sea que se pase la temporada del moreno. La gente está de vacaciones u ocupada pensando en hacerlas.
Los hospitales ven reducidas las visitas considerablemente.
Todo parece jauja y alegría, pero el servicio de urgencias nocturno es otra cosa.
La noche es diferente. De noche sale Batman, el Hombre Lobo en luna llena y los psiquiátricos pendientes de brote también.
No hay tregua, aunque esa noche, en el Hospital de la Vírgen de Santa Lecina, no había ni sombra de sospecha, nada que se asemejara al habitual caos del servicio.
Las eternas y empinadas escaleras de la entrada, muy transitadas normalmente, eran la viva imagen de la desolación,
totalmente despobladas.
Algunos/as enfermeras/os, auxiliares y médicos/doctoras hablaban despreocupadamente fuera, fumando sin parar.
"Me voy a morir de asco, se me va a hacer la noche eterna", le comenta al admisionista el único camillero de la asistencia, Valentín.
mientras buscan vídeos de palizas y agresiones de policías en Youtube, matando el tiempo.
suena el teléfono de admisiones, acto seguido
- Hay una chica nueva en planta, una enfermera. Me ha llamado Inés -enfermera veterana-, y dice que
hay que hacerle una broma...
- ¿Una broma?
- Sí, asustarla o algo tío, además hoy es perfecto, no hay nada de curro.
En el diálogo entre el admisionista y el camillero se interpone el segurata, Conde, un personaje con dotes de actor y muy dado a estas lides
- ¿Qué dices?
¿A ver a ver que no he escuchado bien?
entre risas
- Chica nueva. STOP. Broma. STOP. ¿Púa?
- Vale vale... yo llamo. Yo me encargo.
llamando a la planta de la chica nueva, Lorena
- Si hola, ¿que eres Lorena? A ver, es que tengo un hombre aquí abajo que pregunta por tí. Ehem... tiene barba, pelo largo... Dice que es tu primo.
de fondo se oyen gritos y golpes en el vidrio de la garita
- Lorenaaa, baja ya, que soy Marcos. ¡Baja!
el segurata, Conde, sigue a lo suyo, mientras Valentín y el admisionista ponen las voces y se encargan de que continúe la función
- ¡Baja! ¡O subo yo a buscarte!
Lorena es gallega y apenas lleva una semana en Catalunya. Encontró trabajo en el Hospital de la Vírgen de Santa Lecina y no dudó en mudarse, ya que nada le ataba y tenía ganas de probar cosas nuevas. En toda esa semana, sus compañeras ya se habían encargado de darle la "bienvenida", asustándola convenientemente -entre las que Inés, ya mencionada anteriormente, tenía un papel predominante-;
que si hay voces, fantasmas, ruidos por la noche... cosas así. De modo que estaba "predispuesta" a un sustillo.
Lorena niega conocer al susodicho con voz tremolosa, mientras que Conde insiste y ella cuelga el teléfono.
- Ha colgado, ¡está acojonada!
- Espera, espera...
entre medio de las risas, el admisionista llama a la planta en cuestión, y avisa de que el "sospechoso" parece ser que ha subido a hospitalización hecho una furia.
Tres segundos después, Lorena llama a admisiones para que llamen a la Policía, completamante aterrorizada.
- Ya he llamado, están viniendo, ¡tranquilaaaa!
- Que no puedo, pero, ¿¿quién era?? ¿Sube de verdad? ¡Yo me voy a casa!
se corta la comunicación
A los dos minutos baja Lorena, corriendo, con su bolso.
El segurata, que parecía que había subido a planta a seguir maquinando con el resto de las enfermeras, íba en realidad a poner fin a la broma, que se les estaba escapando de las manos ya.
Mientras Valentín el camillero asiste impertérrito al espectáculo, al admisionista le corroe la culpa. Ha visto a la chica salir llorando a toda prisa, y sale detrás de ella.
- Esperaaa... ¡no te vayas! ¡Que es una broma! ¡Una broma!
Logra alcanzarla. La coge por los brazos, y busca su cara encogida, asustado también
- Tíaaa, ¡que es una puta broma, joder!
Ella se gira de golpe, dejando al descubierto una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡¡Que es bromaaaaa!! ja ja j...
En mitad de la carcajada -incluyendo la de Conde, escondido en una esquina de la entrada-, Lorena, zafándose de los brazos del admisionista a plena risa, pierde el equilibrio en un mal gesto y cae de espaldas,
escaleras abajo.
Las mil escaleras empinadas de la entrada.
El admisionista -cuyo nombre no recuerdo- mira aterrorizado como, lentamente, Lorena va cayendo. El tiempo parece haberse detenido. Un segundo antes, al descubrir como se le había girado la broma en su contra, pensaba en lo pardillo que era. De la desesperación y la culpabilidad a la máxima incredulidad tenebrosa en un instante.
No puede ser verdad. ¿Qué macabro ser o ente superior juega así con el destino?
Lo que viene después es una sucesión de gritos, lamentos y gente corriendo escaleras abajo para socorrer a la desdichada enfermera.
- No se puede hacer nada por ella.
Al oir estas palabras de un médico, el admisionista cae al suelo como fulminado por un rayo. La misma gente que corría por Lorena lo hace ahora por éste.
El segurata y el camillero no dejaban de hacerse cruces. No entendían nada de nada,
mientras la apesadumbrez se adueñaba de sus almas.
- Dios... ¡era una jodida broma!
Al admisionista le había dado un ataque al corazón.
Había fallecido 10 minutos después que Lorena, la enfermera nueva. Ambos tenían 25 años,
y toda una vida por delante.

Era una noche tranquila. No había trabajo.
No había ningún paciente en urgencias. Las escaleras de la entrada seguían vacías, pero con un oscuro y aparatoso rastro de sangre.
Era verano. Los niños volverían al día siguiente a corretear por las calles. Los viejos, a ver la vida pasar, sentados, buscando una bocanada de aire fresco.
La gente seguiría de buen humor y algunos/as enfermeros/as, auxiliares y médicos/doctoras volverían a fumar tediosamente un cigarrillo tras otro,
haya o no trabajo,
pensando en playas a las que acudir para mantener el bronceado antes de que acabe el verano...


[*] La foto del principio es una curiosa alfombra que andaba por la red.