"De las fiestas que marcan el calendario, San Juan es sin duda una de mis favoritas. Pero eso ya lo sabéis; el cuerpo de Cristo, dos meses después de verse diseminado por los efectos de una obligada misión, nos abre las puertas del verano y una promesa tan potente como un trueno desbocado, uno que suena justo aquí al lado (¡no hubo que lamentar daños!). Y un juramento de amor inquebrantable que nos hace sentir hijos de un tiempo especial y único: el que dicta el futuro cercano de la edad que se nos escurre entre los dedos y las malas decisiones".
Del cierre de etapa poco me queda, excepto la sensación de que sigo sin poder enfrentarme a lo inevitable. Soy tan celoso que me es de lo más difícil asumir el cambio sin decir aquello de it's too late; y, sin embargo, que se siga moviendo. Pero yo no puedo ser una zia y desayunar dragones si no quiero acabar mal, sometido por las malas decisiones y los miedos invisibles.
Esto fue lo que me dijo un amigo:
De lo que me ronda, tengo la certeza de que algún cable puede dejar de funcionar en cualquier momento. Como si fuera posible desconectarme, o desconectar algo del aparatejo, algo vital; una mirada estrábica que haga clic y deje de regar, un olvido respiro, un paso fuera de lugar sobre un escalón de fondo, una palabra balbuceada con apuros. Si cierro los ojos y repito un mantra mío en soledad, sin restricciones de ningún tipo, y dejo de hacer concesiones, solo entonces es cuando sé que siempre es menos de lo que parece cent per cent, como diría mi primogénito.
Arcane
Las despedidas corren el tupido velo de una huella insondable que marca los límites del espacio vital. Hacen que me pregunte: ¿he estado a la altura? ¿Es de mí, de quién hablan? ¿Si vuelvo a verles, tendrá sentido? Para cuando cierre la puerta de mi casa y deba aprender a lidiar con mis estrecheces.
"Luego está la parte de luz y naturaleza salvaje que marca nuestro fortín de la Costa Brava. Me hubiera quedado allí todo el mes, casi solos en las calas de peñascos y arrecifes que nos afanamos en explorar como hijos bastardos de un dios marítimo antiguo. Y es que el mar, bucear, tiene algo de hipnótico y ancestral; el miedo a descubrir nuevas especies al interactuar con la fauna local (y que te pique algún bicho raro, de paso), la profundidad de lo oscuro, apta para lanzarse al vacío y desfogarse con un grito tribal; las corrientes cambiantes y su breve escalofrío recorriendo la espina dorsal, el canto de las cigarras, escondidas en los pinares, a salvo del sol inmisericorde; la quietud del pecio que yace en silencio sin esperar nada de nadie... Es como en aquella vieja canción".
Quizá sea esa la clave: no esperar nada. Volver al estoicismo puro y clásico. Y no convertirme en mi padre, un ser atemorizado por las inseguridades y las risas mistéricas del que hurga en una tradición generacional, ligada a un contexto espacial, castizo e inalcanzable que marca mi propia incapacidad en este presente que vuela como las hojas arrastradas por un levante otoñal. Así que voy a esparcir las cenizas de esta etapa, quemadas con el ahínco y ritual del solsticio, y, simplemente, voy a buscar un lugar para tener buena vista y hacer mis respiraciones diarias.