jueves, 20 de diciembre de 2012

LA TRASTIENDA

Las piedras son como billetes desgastados.
El elenco no se hace esperar y surge de los asientos reservados para embarazadas y población de riesgo al gruñir mi estómago durante el primer segundo:
-A mi hija le encanta la historia.
-Mira, yo me licencié en historia, qué casualidad.
-Pues sí, le encanta, le gusta mucho el tema de la historia.
Luego hay un fundido en blanco y la maquinaria se pone en marcha. No me siento demasiado observado y el elenco parece disfrutar con su retahíla de nombres, lugares obviados aposta y salivazos del actor principal a contraluz. Deus ex machina, ingenio tras ingenio me intento meter en la historia y dejarme llevar, pienso. Luego hay un aviso de bomba y todos a desalojar... El caos inunda la sala y hay hostias para salir por la angosta y vetusta puerta principal. Nosotros permanecemos sentados porque no nos creemos la advertencia y aprovecho para tirarme un pedo insonoro vacío de comida pero tremendamente fétido. Albert me mira disimuladamente y le reconozco la autoría con la misma frugalidad al tiempo que constato, no sin cierto resquemor, que el actor principal se ha sentado a mi lado y ha encendido un cigarrillo.
Todo cambió cuando encontramos la manera de hacernos con un bocadillo de guerrilla, pero ya era tarde. Me sentía inseguro y rodeado por gentes de procedencias dispares y extrañas fauces. ¿Había vivido yo en esa ciudad? Tenía prisa por marcharme. Dicen que cuando encuentras la paz ya no quieres saber nada de la guerra, si bien yo sólo pretendía volver al palomar y dejar de escudriñarles a todos como si creyesen poseer el elemento principal de la Piedra Filosofal.
Son como billetes, tío, dime que no.
Sería como una paloma sin mensaje; el hijo del narcolépsico del barrio no se fía y reaparece cuando menos se le espera. Está sentado en su silla de siempre contando los días que le quedan para convertirse en papá. Mirarlo evocaba ineludiblemente al viejo Gene, todo un cascarrabias. Es curioso, me decía, fui hijo, primo y sobrino de alguien; he sido universitario, irrespetuoso, astronauta y hasta futbolista, pero ahora me voy a convertir en PADRE, voy a ser PADRE de alguien. ¿Sabes lo que significa eso?
En aquella esquina, su aire distraído le hacía parecer estar en comunión con las impetuosas fuerzas del cosmos pero su discurso trascendía más allá de lo meramente filosófico.
Ya nada volverá a ser igual, amigo mío, aprovecha ahora para dormir. Mis primeras palabras sonaron tan absurdas como el arrepentimiento espontáneo que las siguieron. Luego me percaté de que evidentemente todas sus actividades extracurriculares iban a ser sacrificadas en beneficio de un bien mayor como aquél, estaba claro.
Me preguntaba si Txema pensaría en estas cosas, si bien no era capaz de encontrarle parecido al descarado actor de vodevil del otro día. En mi caso, pensar en la inducción tras cuarenta y una semanas y seis días era un mal menor que asumiría si despúes del jueves 21 este tinglado lograba mantenerse en pie. La pequeña Júlia, inocente nonata -objeto de deseo de sus ansiosos padres-, apuraría sus últimos tragos de líquido amniótico ajena al jaleo de las voces y ruidos de fuera, lejos del monte de Bugarach y las teorías de Sitchin sobre el exoplaneta que debería orbitarnos estos días.
Fíjate bien. Parecen billetes como aquellos verdes de mil pelas. Da gusto venir al santuario de Queralt a observar el infinito en paz, sin guerras ni incendios que sofocar.
Luego hay un fundido en negro y alguien susurra ‘avi’ para subsanar tanto chisme y tantas trastiendas obviadas aposta.

domingo, 9 de diciembre de 2012

LO QUE IMPORTA

No me importa que se acabe.
Que el cielo se nos caiga encima. Que el suelo ceda y pierda el eje.
No me importa.
Que haya guerras. Que la nueva sangre fluya. Que los políticos mientan y sean corruptos. Que mi hijo hable castellano.
No me importa y es más, me da igual. Que me miren si no sonrío. Que no encaje.
No me importa una puta mierda. Que aumente el paro, la crisis y haya hambrunas que nos degraden más aún. Que los niños disparen con el sol del perpetuo verano.
No me importa, es más, me la suda. Que la monarquía siga haciendo equilibrios y la plebe muera de vergüenza ajena. Que el aletargado siga de siesta. Que la televisión me maree.
Me la trae floja, no me importa. Que bajen los astronautas del futuro y saluden de paso a los del pasado. Que nos bombardeen y nos quiten de las manos el planeta que creímos nuestro. Que nos aplasten como las hormigas que no descubrimos al caminar, que borren nuestras huellas.
No me importa, qué cojones iba yo a hacer al respecto. Me importa una puta mierda, es más, me preocupa cero.
Que me hagan sonrojar. Que se mueran los míos y se vaya todo a tomar por el culo.
No me importa.
Qué coño me iba a importar a mi.

viernes, 30 de noviembre de 2012

EL VAIVÉN, EL REHÉN


Desgracias sobre la oscilación del globo en este vasto universo que nos contempla, la maldita casuística al acecho, dijo mi vecino. Uno sobre diez mil, no tiene porque tocarte. Es un porcentaje lo suficientemente amplio como para seguir con una sonrisa mañana al despertar.
La subida a los Estanys de l’Angonella no tuvo nada de casual. Fue un acto premeditado, bien organizado. Yo sólo iba de acompañante, ajeno al doloroso sentimentalismo de mi familia política. Creí intuir que me necesitaban para sumar piernas y presencia física y, de paso, aumentar los lazos de unión entre nosotros a dos meses del nacimiento de mi primogénito L.
De eso ya hace días. El No me ha bloqueado tanto que apenas he podido levantar el bolígrafo y, cuando lo he hecho, he acabado teniendo agujetas. Y justo ha llegado el frío polar. Así de repente, sin avisar, en plena luna llena; demasiadas cosas a las puertas de las últimas fiestas navideñas. Me compré un ukelele para ajustar cuentas y en las clases de preparto ya ni siquiera me río.
Mi último pitillo en el balcón del descansillo fue como una revelación: pude apreciar toda mi vida social desde la vieja chimenea. Ésta, como si resurgiera de las cenizas de un pasado esplendoroso, aparentaba un uso reciente que resultaba casi tan fantasmal como el abandono al que sus propietarios sometieron a la vieja finca, ocupada por una figura más propia de la mente de un sociópata que de un futuro padre de 32 años que retrocede a través del humo confundido del tabaco y los primeros síntomas de congelación (sigo demasiado atento a las aventuras del Curiosity y muy poco comprometido con el mundo que nos rodea).

Me gustaría compartir más tiempo con todos ellos y dejar de pensar en preferir no hacerlo, pero no queda ni un mes y medio, desgracias a parte -sonrisas matutinas en busca y captura-, pero yo sólo soy el maldito acompañante.



miércoles, 31 de octubre de 2012

LA MADRE DE TONY SOPRANO


Eran otros tiempos.
Por suerte, la relación entre cónyuges ha cambiado a lo largo de los años, tan arcaica como era. La igualdad entre sexos parece una simpleza torpe propia del medievo, tan cultivada desde siempre; algunas civilizaciones han convertido en excepciones tendencias que difuminaban el papel del macho en la manada, equiparando a la hembra hasta trasladarla a la rueda del desarrollo, implacable mástil de nuestro tiempo veloz y perecedero.
No hace falta retroceder demasiado para calcular el daño. Las reclamaciones feministas de mediados del siglo XX y la propuesta de asunción del riesgo físico calaron entre los derechos más básicos de esta nuestra joven y denostada democracia, pero no siempre fue así.
Eran otros tiempos.
Yo nací en los ochenta y viví en mi propia casa la barbarie de una educación y cultura deficientes. Le echo la culpa a este imberbe país. Mi madre responde a un estereotipo: el de mujer luchadora contra corriente; contra la corriente devastadora que había en casa remaba, y contra las facturas, tres hijos y un trabajo agotador. La madre de Tony Soprano, en cambio, sólo responde ante la frialdad calculadora de esposa de un capo mafioso.
Está el caso de Salvatore Vitro, el jardinero. Más de 25 años trabajando en los mismos barrios por libre, sin pagar el pizzo (impuesto mafioso). Un hombre honesto al que se le cruza por casualidad una vieja gloria, Feech La Manna. Éste, ávido por recuperar el terreno perdido tras un montón de años a la sombra, huele el dinero fácil y mediante la coacción y la violencia pone tierra de por medio. El pobre jardinero acaba en el hospital, con lo que no puede ocuparse de sus tareas, incluyendo el jardín de la tía de Paulie Gualtieri, capo de la familia Soprano. Éste, curiosamente, observa al visitarla que su jardín está algo descuidado. Tras la explicación pertinente, el buitre, como ave carroña que es, se abalanza sobre su presa casi sin pestañear; el pobre Sal Vitro, que hasta ese momento vivía una vida tranquila sin contacto alguno con mafia alguna, se ve obligado a pagarle un ‘detalle’ a Paulie (un 2% del negocio), por/para ‘protección’. Al estallar el conflicto entre éste y La Manna, que reclama su parte del pastel (como dos rapiñas disputándose su presa), Tony intercede repartiendo las zonas de influencia entre el jardinero de La Manna y el desgraciado de Sal (con una compensación de uno de los grandes para Paulie, de los que 500 son para Sal por ‘daños morales’), que no puede más que acabar perdiendo en todos los casos: un brazo roto y varias magulladuras, un porcentaje de sus ganancias perdido, su trabajo reducido a la mitad, por lo que tiene que despedir a su compañero y sacar a su hijo de la universidad para ayudarle y, lo que es peor, el convertirse en un ser dependiente y casi asalariado de la mafia del norte de Jersey. Y toda por una puta casualidad.
Eran otros tiempos.
Las madres y las mujeres de la mafia tienen dos opciones: o se someten o intentan sacar tajada de su privilegiada situación. La vida de un soldado o un capo de la mafia suele ser breve, pero no la de sus mujeres. Ellas casi nunca mueren o son asesinadas. De facto, ellas son las que dirigen el negocio; como garante de una ficción peligrosa pero ventajosa al jugar con las cartas adecuadas, la madre de Tony Soprano aprovecha al máximo su poder emocional sobre el boss. Incapaz éste de escapar a su brutal yugo, se tambalea entre su moral italiana impostada pero necesaria para seguir sustentando esos valores que definen estas sociedades paralela -tan estadounidense él-, hasta el punto de verse en la encrucijada de su vida: una contradicción tras otra que le puede costar la caída del alambre que le ampara.
Carmela sabía perfectamente donde se metía. Por suerte, para mi consorte sólo son rumores, como los truenos de una tormenta lejana allá afuera. Son otros tiempos, lapsos en los que la psique ha irrumpido con la fuerza necesaria para enterrar parte de esa mierda prehistórica. El azar non c’entra niente, no tiene nada que ver. Las mujeres de hoy en día, si les cerrasen la puerta en las narices como a la esposa del joven Vito en El Padrino II o a la mismísima Kay, reaccionarían con disparidad respecto al margen de los andenes: los trabajos y los días se convierten, así, en algo más que meros intérpretes del devenir de mi impaciencia.
Las madres se instalan en el fondo del intelecto, cerca de los máximos niveles de consciencia, ocultas a la luz del quehacer hasta que emergen teniendo a bien torturar y no conmutar el salvaje abuso que supone haber parido, pero esto mi hijo tardará bastante en averiguarlo. O eso al menos espero: no es cosa casual si la causa inverna las consecuencias y sale a flote en noches de luna llena como la de hoy, que dirige y rige el futuro próximo con mano firme y me ve sin artificios, tal y como soy.
El jardinero va a tener que hacer un par o tres de jardines más gratis como parte del acuerdo. Pobre cabrón.
Son otros tiempos. Por suerte...

martes, 23 de octubre de 2012

BUCEABA...

... en un mar ajeno a la tranquilidad.
Buceaba...
... y una brutal tormenta se desató.
Buceaba...
... entre los bosques de llanegas y la maldad.
Buceaba...
... ¡y el señor rovellón apareció!
Buceaba entre lágrimas de paredes aparentemente grises y sus interminables pliegues goteando cansancio y apariencia hostil.
Buceaba al tiempo que escudriñaba las losas del tejado de mármol en mi oscuro pasajero del pasado, hasta que oí que me decían: todo lo demás es historia muerta. Pero yo, hasta crearme este nuevo estadio con mi nuevo disfraz de aprendiz, sudé tanta sangre como espinas pude haberme tragado, y nunca he asociado la historia con la muerte.
Buceaba... y toneladas de líquido amniótico tragaba. El 18 de octubre celebramos su primera onomástica según Bartleby. La duda ofende: ¿qué tengo yo de escritor del 'No'? Si lo único que hice fue hipotecar mi creatividad al primer diablo que se presentó sin oponer resistencia, exclamaría, pero para eso ya tengo a mi amigo @sercontingente. Con la llegada de la felicidad empeñé la pluma, ahora sólo me dedico a dejar constancia.
Buceaba...
... con los auriculares en la panza de su majestad.
Buceaba...
... ¡y sentí por momentos al enano burlón!
Buceaba...
... sentado en el copiloto de la vieja caridad.
Buceaba...
... ¡y la muy cabrona empezó a protestar!
Buceaba entre el tráfico del domingo mientras ese jodido loco austríaco planeaba tirarse desde la puta estratosfera. El atasco de las piedras milenarias se oyó desde allá arriba, desde Sallent a Manresa pasando por el hospital al que nunca acababa de llegar. Y cuando decidí volver a pasearme, en el gimnasio semi derruído del pueblo, la compañía del silencio nocturno pasaba a ser mi máxima prioridad. Un día por otro, retumbaron las campanas. El dolor de brazos era insportable, allí donde empieza el músculo, allí donde Ralf Cifaretto no alcanza.
Buceaba en un mar ajeno a la intranquilidad del futuro próximo. Serán las clases de inglés.
Buceaba...
... y una brutal calma me invadió.

jueves, 11 de octubre de 2012

CARA MANRESA III: EDUCARSE EN LA SALLE

Primero fue el sagrado vínculo y después pasamos por la adolescencia y las bondades del quartiere, pero hoy voy a relatarle cuatro cosas sobre la escuela y la formación que recibimos en la cofradía de los hermanos de La Salle.
Más allá del Bautista y la bula papal, con el tiempo siempre se consideró un privilegio estudiar con ellos, los Fratres scholarum christianorum. Al menos en mi ciudad, Manresa, dónde apenas había escuelas privadas del tipo y lo público era sinónimo de normalidad e inundaba la esfera de arcilla.
Para una familia como la nuestra estudiar en La Salle era un privilegio. En aquella época, mi madre pagaba 90,000 pesetas al mes (540€) para que sus tres hijos se educaran con las mejores perspectivas de futuro, y puedo asegurarle que, para su sueldo y los gastos de la casa, resultaba una auténtica burrada. Como con mi hermano mayor (36) fue bien, los dos pequeños seguimos el camino trazado hasta completar la primaria con 14 años.
Una de las cosas que mis amigos de La Font envidiaban era el enorme campo de juegos que teníamos, a la vista de estas líneas queda. Sobre el intenso proceso de urbanización que ha seguido la zona donde se ubica el centro escolar (principios S. XXI), en las afueras de la ciudad dirección Santpedor, nada hacía sospechar que algún día nos cambiaría el paisaje de manera tan abrupta; hoy en día, La Parada es un barrio de nuevo cuño, moderno y funcional, nido perfecto para los nuevos ejecutivos y trabajadores primerizos que se hipotecaron a ciegas.
Si tuviera que destacar algo concreto de ese periodo, sería sin duda las fiestas internas que se celebraban cada año; con sus barracas engalanadas y sus múltiples juegos, eran un acontecimiento esperado durante el año, tanto que el calendario seguro que se modificaba para darles cabida. Era legendario el partido de fútbol sala contra los profesores, donde infligirles humillación era lo más buscado por nuestra parte; el fútbol, deporte otrora practicado, fue también gozo durante las épocas alevines. Nunca fui el mejor pero hubo un año en que me hicieron capitán y mediapunta con el 10 hasta retrasar mi posición con los años, tanto, que acabé por salirme definitivamente del campo al cumplir los 20. Pero no todo era divertimento...
Rezábamos, no recuerdo la frecuencia pero diría que una vez al mes. La capilla no era ni reducto ni castigo, era simplemente un lugar al que teníamos que acudir de tanto en cuanto. En séptimo curso, había un profesor que repasaba uno a uno las uñas de los alumnos. Al que se las mordía le caía una bronca que ése aceptaba con la cabeza gacha, mientras yo rezaba (contexto obliga) para que no reparara demasiado en mi vieja y asquerosa manía; algun profesor tiró alguna tiza y provocó algún castigo físico sin importancia, nada cerca de los tiempos pretéritos que se rumoreaba con fastidio y temor infundado, y una docente con cara y pinta de bruja (según los cánones medievales) era tan inflexible que su nombre es leyenda hasta hoy, pero poco más. Una certeza: la calidad de la enseñanza. No sé cómo acabó influyendo la reforma educativa del ESO, por la que La Salle pasó a ser un centro concertado semi-privado y asumió alumnos de todas las clases sociales -si afectó o no al nivel al acabar con el elitismo-, pero que aprendimos unas firmes bases en nuestra época es algo indiscutible.
¿Qué hacía un tío de La Font como yo entre algunos de los hijos de las personas más pudientes de la ciudad? Yo también me lo pregunto a veces, ya que ni siquiera pertenecía a la clase media de la misma. Cuando mi padre nos llevaba al cole, le conminaba siempre a hacerlo metros atrás de la entrada por vergüenza a que viesen nuestro destartalado coche; de entre todos los compañeros, no mantengo ninguna relación especial con nadie. Tengo contacto ocasional con tres o cuatro de ellos, pero para lo fugaces y poco sinceros o atropellados que son, se trata de encuentros que no sólo he llegado a tolerar, si no que los disfruto y saboreo con una paciencia melancólica digna del rey de las primeras noches de otoño. No negaré que tengo una especial predilección por algunos, no voy a ser tan cínico, pero sí que no oculto la diferencia tan abismal que los años acabaron por capitalizar de buen grado. Y no hablo siempre en términos de dinero. En resumen: imagine un quinqui con traje de etiqueta yendo a una fiesta de la alta sociedad obligado por su madre. Su sacrificio mereció mucho la pena y nunca se lo podré agradecer lo suficiente.
Una anécdota: recuerdo perfectamente mi primer día en la escuela. El primer día de clase en primero de EGB lloraba como una madalena mientras mi madre me susurraba al oído cosas tranquilizantes e intentaba aplacar mi conato de rebeldía precoz como podía; en esas, una niña alta y desgarbada me miraba, sentada a mi lado. Alertada por mi comportamiento o tal vez por que no entendía mi reacción, se dirigió a mi, preguntándome: Per què plores? (¿Por qué lloras?) No recuerdo si me calmé o qué, pero nunca he podido olvidar esas horribles gafas azules. Otra: escuchar el Giro de Italia con un cojín mientras el resto de la clase pasaba los apuntes de Religión a limpio. Cuando el Kiku se dio cuenta estalló en carcajadas y todavía hoy me lo recuerda.
La Salle Manresa. 8 años de formación para no salirse del camino y como privilegio de clase. Y ya ni me acuerdo de las veces que me tacharon el nombre, aunque nunca tuviera la sensación de corromper lo mejor de los dos mundos: nada más llegar al instituto, empecé a fumar tras contemplar absorto la nube de humo que cubría el hall. Y ahí se acabó La Salle como recuerdo inocente de una época de desarrollo y frugalidad.

lunes, 24 de septiembre de 2012

TIROS DE PORCELANA



Los recién nacidos son tan frágiles como la porcelana china, parece que estén hechos para caerse al suelo y romperse en mil pedazos.
Los niños. Esos estrafalarios mutantes.
A medida que uno va adquiriendo peso y responsabilidades, las ganas de tirarlo todo por la borda aumentan exponencialmente. Es un hecho inevitable, como dos fuerzas que se atraen por su poder intrínseco. La ciencia tiene que decir mucho al respecto, si bien acaba contrayéndose al tratar de explicar su naturaleza en sí misma (de tales hechos, se entiende).
Sea como fuere, entro por derecho propio en el club de los que se preguntan qué esperar cuando se está macerando; chicos, parados, hombres algunos, especimenes todos ellos con una misión concreta, grabada a fuego en sus cabezas: intentar ser útiles. Mi caso, sin ser excepcionalmente anormal, adquiere tintes épicos al tratarse concretamente de mi mismo. ¿Cómo puedo ser útil siendo tan inútil?
Entiéndase la inutilidad como un proceso largo y pesadamente inacabado. En otras palabras, madurar. Como la fruta de temporada y el vino agrio o el sol del tramonto (ocaso), que corre presto a esconderse cada día sin remedio; tras descubrir que con los años nunca llegaré a ser como el padre todo terreno de antaño, me digo a mi mismo que elijo la opción contemporánea de la 'modernidad'.
Ser un padre moderno tendrá sus inconvenientes, por no hablar de la opinión maternal, pero ahora mismo resulta el único camino viable si no quiero acabar arrojando por la borda al pequeño cabroncete a las primeras de cambio. Cuando veo a mi amigo Tognâo con su Junior (2 meses) se me cae la puta baba y me hace ansiar el momento más esperado de la vida mortal: el puto parto.
Me resulta gracioso cuando se me acerca alguien con ganas de aconsejar en estos asuntos. Yo escucho, o hago ver que escucho, para acabar pensando 'eso no me tiene porque pasar a mi'. No lo puedes decir abiertamente porque, para ellos, se trata de verdades universales, ¡o qué me he creído yo!
Es sorprendente que casi nunca se refieran a cosas buenas o agradables, todo es un jodido infierno cuando se trata de recién nacidos y vasijas de porcelana china valiosísimas. Después de clamar al cielo y mentar a la madre del cordero, se oye un 'pero vale la pena, ¿eh? Es lo más grande del mundo'. Sus dudas intentan ser transferidas con la misma velocidad con la que pretenden olvidarse: sabido por todos es que el sufrimiento ajeno ayuda a paliar el propio sobre manera. El dolor del prójimo nunca es suficiente para pensar en las horas de sueño que voy a perder en tanto me pego un par de tiros, según me cuentan, así que a parte de la obviedad de ver crecer a algo 'tuyo-propio', pocas satisfacciones me quedan. Por no recurrir al paso de los años, a las futuras compañías y a la adolescencia y las frustraciones paternas abocadas en un salto al vacío mortal de necesidad. Todo muy simple, todo en un mísero tarro. No esperarás que investigue sobre cualquier otro tema, ¿no?
Visualizar el futuro quisiera. O no lo quisiera, pero es tan inevitable como el hastío de la mañana. Me agota, aunque he mejorado mis tiempos de reacción. Mi hijo va a ser astronauta, le digo a un amigo, pero mientras él baña sus tardes con alcohol ocupándose del huerto, vuelve a despedirme con un 'tío, por cierto, enhorabuena por tu paternidad', un 'vaya marrón' digno de nuestra generación PS. ¿Astronauta? El zagal va a ser lo que él quiera. En mis manos y las de los míos reinará el poder para que no se desvíe del camino y logre colmar sus objetivos vitales.
Qué cómo me siento... Estoy en ello, amigo mío, las palabras me esquivan. Sólo espero que mi amada Laura no sufra. 'Disfruta del embarazo', como si yo gestara el virus, 'piensa que yo lo echo de menos'. Parece ser que hay una serie de máximas que se repiten irremediablemente, pero yo prefiero esperar a verlo con mis propios ojos.
Sólo por esa sensación, por ese estremecimiento indudable, calculo mis próximos tres meses intentando averiguar cómo diablos se coge a un bebé sin depender de la marea ni mirar atrás.
¿O es que no tengo derecho a emocionarme?