miércoles, 31 de octubre de 2012

LA MADRE DE TONY SOPRANO


Eran otros tiempos.
Por suerte, la relación entre cónyuges ha cambiado a lo largo de los años, tan arcaica como era. La igualdad entre sexos parece una simpleza torpe propia del medievo, tan cultivada desde siempre; algunas civilizaciones han convertido en excepciones tendencias que difuminaban el papel del macho en la manada, equiparando a la hembra hasta trasladarla a la rueda del desarrollo, implacable mástil de nuestro tiempo veloz y perecedero.
No hace falta retroceder demasiado para calcular el daño. Las reclamaciones feministas de mediados del siglo XX y la propuesta de asunción del riesgo físico calaron entre los derechos más básicos de esta nuestra joven y denostada democracia, pero no siempre fue así.
Eran otros tiempos.
Yo nací en los ochenta y viví en mi propia casa la barbarie de una educación y cultura deficientes. Le echo la culpa a este imberbe país. Mi madre responde a un estereotipo: el de mujer luchadora contra corriente; contra la corriente devastadora que había en casa remaba, y contra las facturas, tres hijos y un trabajo agotador. La madre de Tony Soprano, en cambio, sólo responde ante la frialdad calculadora de esposa de un capo mafioso.
Está el caso de Salvatore Vitro, el jardinero. Más de 25 años trabajando en los mismos barrios por libre, sin pagar el pizzo (impuesto mafioso). Un hombre honesto al que se le cruza por casualidad una vieja gloria, Feech La Manna. Éste, ávido por recuperar el terreno perdido tras un montón de años a la sombra, huele el dinero fácil y mediante la coacción y la violencia pone tierra de por medio. El pobre jardinero acaba en el hospital, con lo que no puede ocuparse de sus tareas, incluyendo el jardín de la tía de Paulie Gualtieri, capo de la familia Soprano. Éste, curiosamente, observa al visitarla que su jardín está algo descuidado. Tras la explicación pertinente, el buitre, como ave carroña que es, se abalanza sobre su presa casi sin pestañear; el pobre Sal Vitro, que hasta ese momento vivía una vida tranquila sin contacto alguno con mafia alguna, se ve obligado a pagarle un ‘detalle’ a Paulie (un 2% del negocio), por/para ‘protección’. Al estallar el conflicto entre éste y La Manna, que reclama su parte del pastel (como dos rapiñas disputándose su presa), Tony intercede repartiendo las zonas de influencia entre el jardinero de La Manna y el desgraciado de Sal (con una compensación de uno de los grandes para Paulie, de los que 500 son para Sal por ‘daños morales’), que no puede más que acabar perdiendo en todos los casos: un brazo roto y varias magulladuras, un porcentaje de sus ganancias perdido, su trabajo reducido a la mitad, por lo que tiene que despedir a su compañero y sacar a su hijo de la universidad para ayudarle y, lo que es peor, el convertirse en un ser dependiente y casi asalariado de la mafia del norte de Jersey. Y toda por una puta casualidad.
Eran otros tiempos.
Las madres y las mujeres de la mafia tienen dos opciones: o se someten o intentan sacar tajada de su privilegiada situación. La vida de un soldado o un capo de la mafia suele ser breve, pero no la de sus mujeres. Ellas casi nunca mueren o son asesinadas. De facto, ellas son las que dirigen el negocio; como garante de una ficción peligrosa pero ventajosa al jugar con las cartas adecuadas, la madre de Tony Soprano aprovecha al máximo su poder emocional sobre el boss. Incapaz éste de escapar a su brutal yugo, se tambalea entre su moral italiana impostada pero necesaria para seguir sustentando esos valores que definen estas sociedades paralela -tan estadounidense él-, hasta el punto de verse en la encrucijada de su vida: una contradicción tras otra que le puede costar la caída del alambre que le ampara.
Carmela sabía perfectamente donde se metía. Por suerte, para mi consorte sólo son rumores, como los truenos de una tormenta lejana allá afuera. Son otros tiempos, lapsos en los que la psique ha irrumpido con la fuerza necesaria para enterrar parte de esa mierda prehistórica. El azar non c’entra niente, no tiene nada que ver. Las mujeres de hoy en día, si les cerrasen la puerta en las narices como a la esposa del joven Vito en El Padrino II o a la mismísima Kay, reaccionarían con disparidad respecto al margen de los andenes: los trabajos y los días se convierten, así, en algo más que meros intérpretes del devenir de mi impaciencia.
Las madres se instalan en el fondo del intelecto, cerca de los máximos niveles de consciencia, ocultas a la luz del quehacer hasta que emergen teniendo a bien torturar y no conmutar el salvaje abuso que supone haber parido, pero esto mi hijo tardará bastante en averiguarlo. O eso al menos espero: no es cosa casual si la causa inverna las consecuencias y sale a flote en noches de luna llena como la de hoy, que dirige y rige el futuro próximo con mano firme y me ve sin artificios, tal y como soy.
El jardinero va a tener que hacer un par o tres de jardines más gratis como parte del acuerdo. Pobre cabrón.
Son otros tiempos. Por suerte...

martes, 23 de octubre de 2012

BUCEABA...

... en un mar ajeno a la tranquilidad.
Buceaba...
... y una brutal tormenta se desató.
Buceaba...
... entre los bosques de llanegas y la maldad.
Buceaba...
... ¡y el señor rovellón apareció!
Buceaba entre lágrimas de paredes aparentemente grises y sus interminables pliegues goteando cansancio y apariencia hostil.
Buceaba al tiempo que escudriñaba las losas del tejado de mármol en mi oscuro pasajero del pasado, hasta que oí que me decían: todo lo demás es historia muerta. Pero yo, hasta crearme este nuevo estadio con mi nuevo disfraz de aprendiz, sudé tanta sangre como espinas pude haberme tragado, y nunca he asociado la historia con la muerte.
Buceaba... y toneladas de líquido amniótico tragaba. El 18 de octubre celebramos su primera onomástica según Bartleby. La duda ofende: ¿qué tengo yo de escritor del 'No'? Si lo único que hice fue hipotecar mi creatividad al primer diablo que se presentó sin oponer resistencia, exclamaría, pero para eso ya tengo a mi amigo @sercontingente. Con la llegada de la felicidad empeñé la pluma, ahora sólo me dedico a dejar constancia.
Buceaba...
... con los auriculares en la panza de su majestad.
Buceaba...
... ¡y sentí por momentos al enano burlón!
Buceaba...
... sentado en el copiloto de la vieja caridad.
Buceaba...
... ¡y la muy cabrona empezó a protestar!
Buceaba entre el tráfico del domingo mientras ese jodido loco austríaco planeaba tirarse desde la puta estratosfera. El atasco de las piedras milenarias se oyó desde allá arriba, desde Sallent a Manresa pasando por el hospital al que nunca acababa de llegar. Y cuando decidí volver a pasearme, en el gimnasio semi derruído del pueblo, la compañía del silencio nocturno pasaba a ser mi máxima prioridad. Un día por otro, retumbaron las campanas. El dolor de brazos era insportable, allí donde empieza el músculo, allí donde Ralf Cifaretto no alcanza.
Buceaba en un mar ajeno a la intranquilidad del futuro próximo. Serán las clases de inglés.
Buceaba...
... y una brutal calma me invadió.

jueves, 11 de octubre de 2012

CARA MANRESA III: EDUCARSE EN LA SALLE

Primero fue el sagrado vínculo y después pasamos por la adolescencia y las bondades del quartiere, pero hoy voy a relatarle cuatro cosas sobre la escuela y la formación que recibimos en la cofradía de los hermanos de La Salle.
Más allá del Bautista y la bula papal, con el tiempo siempre se consideró un privilegio estudiar con ellos, los Fratres scholarum christianorum. Al menos en mi ciudad, Manresa, dónde apenas había escuelas privadas del tipo y lo público era sinónimo de normalidad e inundaba la esfera de arcilla.
Para una familia como la nuestra estudiar en La Salle era un privilegio. En aquella época, mi madre pagaba 90,000 pesetas al mes (540€) para que sus tres hijos se educaran con las mejores perspectivas de futuro, y puedo asegurarle que, para su sueldo y los gastos de la casa, resultaba una auténtica burrada. Como con mi hermano mayor (36) fue bien, los dos pequeños seguimos el camino trazado hasta completar la primaria con 14 años.
Una de las cosas que mis amigos de La Font envidiaban era el enorme campo de juegos que teníamos, a la vista de estas líneas queda. Sobre el intenso proceso de urbanización que ha seguido la zona donde se ubica el centro escolar (principios S. XXI), en las afueras de la ciudad dirección Santpedor, nada hacía sospechar que algún día nos cambiaría el paisaje de manera tan abrupta; hoy en día, La Parada es un barrio de nuevo cuño, moderno y funcional, nido perfecto para los nuevos ejecutivos y trabajadores primerizos que se hipotecaron a ciegas.
Si tuviera que destacar algo concreto de ese periodo, sería sin duda las fiestas internas que se celebraban cada año; con sus barracas engalanadas y sus múltiples juegos, eran un acontecimiento esperado durante el año, tanto que el calendario seguro que se modificaba para darles cabida. Era legendario el partido de fútbol sala contra los profesores, donde infligirles humillación era lo más buscado por nuestra parte; el fútbol, deporte otrora practicado, fue también gozo durante las épocas alevines. Nunca fui el mejor pero hubo un año en que me hicieron capitán y mediapunta con el 10 hasta retrasar mi posición con los años, tanto, que acabé por salirme definitivamente del campo al cumplir los 20. Pero no todo era divertimento...
Rezábamos, no recuerdo la frecuencia pero diría que una vez al mes. La capilla no era ni reducto ni castigo, era simplemente un lugar al que teníamos que acudir de tanto en cuanto. En séptimo curso, había un profesor que repasaba uno a uno las uñas de los alumnos. Al que se las mordía le caía una bronca que ése aceptaba con la cabeza gacha, mientras yo rezaba (contexto obliga) para que no reparara demasiado en mi vieja y asquerosa manía; algun profesor tiró alguna tiza y provocó algún castigo físico sin importancia, nada cerca de los tiempos pretéritos que se rumoreaba con fastidio y temor infundado, y una docente con cara y pinta de bruja (según los cánones medievales) era tan inflexible que su nombre es leyenda hasta hoy, pero poco más. Una certeza: la calidad de la enseñanza. No sé cómo acabó influyendo la reforma educativa del ESO, por la que La Salle pasó a ser un centro concertado semi-privado y asumió alumnos de todas las clases sociales -si afectó o no al nivel al acabar con el elitismo-, pero que aprendimos unas firmes bases en nuestra época es algo indiscutible.
¿Qué hacía un tío de La Font como yo entre algunos de los hijos de las personas más pudientes de la ciudad? Yo también me lo pregunto a veces, ya que ni siquiera pertenecía a la clase media de la misma. Cuando mi padre nos llevaba al cole, le conminaba siempre a hacerlo metros atrás de la entrada por vergüenza a que viesen nuestro destartalado coche; de entre todos los compañeros, no mantengo ninguna relación especial con nadie. Tengo contacto ocasional con tres o cuatro de ellos, pero para lo fugaces y poco sinceros o atropellados que son, se trata de encuentros que no sólo he llegado a tolerar, si no que los disfruto y saboreo con una paciencia melancólica digna del rey de las primeras noches de otoño. No negaré que tengo una especial predilección por algunos, no voy a ser tan cínico, pero sí que no oculto la diferencia tan abismal que los años acabaron por capitalizar de buen grado. Y no hablo siempre en términos de dinero. En resumen: imagine un quinqui con traje de etiqueta yendo a una fiesta de la alta sociedad obligado por su madre. Su sacrificio mereció mucho la pena y nunca se lo podré agradecer lo suficiente.
Una anécdota: recuerdo perfectamente mi primer día en la escuela. El primer día de clase en primero de EGB lloraba como una madalena mientras mi madre me susurraba al oído cosas tranquilizantes e intentaba aplacar mi conato de rebeldía precoz como podía; en esas, una niña alta y desgarbada me miraba, sentada a mi lado. Alertada por mi comportamiento o tal vez por que no entendía mi reacción, se dirigió a mi, preguntándome: Per què plores? (¿Por qué lloras?) No recuerdo si me calmé o qué, pero nunca he podido olvidar esas horribles gafas azules. Otra: escuchar el Giro de Italia con un cojín mientras el resto de la clase pasaba los apuntes de Religión a limpio. Cuando el Kiku se dio cuenta estalló en carcajadas y todavía hoy me lo recuerda.
La Salle Manresa. 8 años de formación para no salirse del camino y como privilegio de clase. Y ya ni me acuerdo de las veces que me tacharon el nombre, aunque nunca tuviera la sensación de corromper lo mejor de los dos mundos: nada más llegar al instituto, empecé a fumar tras contemplar absorto la nube de humo que cubría el hall. Y ahí se acabó La Salle como recuerdo inocente de una época de desarrollo y frugalidad.

lunes, 24 de septiembre de 2012

TIROS DE PORCELANA



Los recién nacidos son tan frágiles como la porcelana china, parece que estén hechos para caerse al suelo y romperse en mil pedazos.
Los niños. Esos estrafalarios mutantes.
A medida que uno va adquiriendo peso y responsabilidades, las ganas de tirarlo todo por la borda aumentan exponencialmente. Es un hecho inevitable, como dos fuerzas que se atraen por su poder intrínseco. La ciencia tiene que decir mucho al respecto, si bien acaba contrayéndose al tratar de explicar su naturaleza en sí misma (de tales hechos, se entiende).
Sea como fuere, entro por derecho propio en el club de los que se preguntan qué esperar cuando se está macerando; chicos, parados, hombres algunos, especimenes todos ellos con una misión concreta, grabada a fuego en sus cabezas: intentar ser útiles. Mi caso, sin ser excepcionalmente anormal, adquiere tintes épicos al tratarse concretamente de mi mismo. ¿Cómo puedo ser útil siendo tan inútil?
Entiéndase la inutilidad como un proceso largo y pesadamente inacabado. En otras palabras, madurar. Como la fruta de temporada y el vino agrio o el sol del tramonto (ocaso), que corre presto a esconderse cada día sin remedio; tras descubrir que con los años nunca llegaré a ser como el padre todo terreno de antaño, me digo a mi mismo que elijo la opción contemporánea de la 'modernidad'.
Ser un padre moderno tendrá sus inconvenientes, por no hablar de la opinión maternal, pero ahora mismo resulta el único camino viable si no quiero acabar arrojando por la borda al pequeño cabroncete a las primeras de cambio. Cuando veo a mi amigo Tognâo con su Junior (2 meses) se me cae la puta baba y me hace ansiar el momento más esperado de la vida mortal: el puto parto.
Me resulta gracioso cuando se me acerca alguien con ganas de aconsejar en estos asuntos. Yo escucho, o hago ver que escucho, para acabar pensando 'eso no me tiene porque pasar a mi'. No lo puedes decir abiertamente porque, para ellos, se trata de verdades universales, ¡o qué me he creído yo!
Es sorprendente que casi nunca se refieran a cosas buenas o agradables, todo es un jodido infierno cuando se trata de recién nacidos y vasijas de porcelana china valiosísimas. Después de clamar al cielo y mentar a la madre del cordero, se oye un 'pero vale la pena, ¿eh? Es lo más grande del mundo'. Sus dudas intentan ser transferidas con la misma velocidad con la que pretenden olvidarse: sabido por todos es que el sufrimiento ajeno ayuda a paliar el propio sobre manera. El dolor del prójimo nunca es suficiente para pensar en las horas de sueño que voy a perder en tanto me pego un par de tiros, según me cuentan, así que a parte de la obviedad de ver crecer a algo 'tuyo-propio', pocas satisfacciones me quedan. Por no recurrir al paso de los años, a las futuras compañías y a la adolescencia y las frustraciones paternas abocadas en un salto al vacío mortal de necesidad. Todo muy simple, todo en un mísero tarro. No esperarás que investigue sobre cualquier otro tema, ¿no?
Visualizar el futuro quisiera. O no lo quisiera, pero es tan inevitable como el hastío de la mañana. Me agota, aunque he mejorado mis tiempos de reacción. Mi hijo va a ser astronauta, le digo a un amigo, pero mientras él baña sus tardes con alcohol ocupándose del huerto, vuelve a despedirme con un 'tío, por cierto, enhorabuena por tu paternidad', un 'vaya marrón' digno de nuestra generación PS. ¿Astronauta? El zagal va a ser lo que él quiera. En mis manos y las de los míos reinará el poder para que no se desvíe del camino y logre colmar sus objetivos vitales.
Qué cómo me siento... Estoy en ello, amigo mío, las palabras me esquivan. Sólo espero que mi amada Laura no sufra. 'Disfruta del embarazo', como si yo gestara el virus, 'piensa que yo lo echo de menos'. Parece ser que hay una serie de máximas que se repiten irremediablemente, pero yo prefiero esperar a verlo con mis propios ojos.
Sólo por esa sensación, por ese estremecimiento indudable, calculo mis próximos tres meses intentando averiguar cómo diablos se coge a un bebé sin depender de la marea ni mirar atrás.
¿O es que no tengo derecho a emocionarme?

miércoles, 29 de agosto de 2012

CAUSA DE FUERZA MAYOR

Érase una vez una señora que solía caminar por los pasillos de los hospitales con tal distracción que dónde veía palpitaciones, sufridas una vez al mes sin tratamiento, creía padecer de lo mismo una vez al año pero con medicamentos; la pobre mujer, después de un par de horas de vaguedades, salió a respirar aire puro y se topó con su vecina favorita al doblar la esquina ('es que esto está muy mal señalizado, me han dicho que fuera a Dinamarca y no hay manera'). Ésta la contó algo sobre unos vértigos que tuvo el martes pasado pero que a día de hoy, jueves, no entendía por qué le habían desaparecido. Al acabar encontrando el bloque 'D', quedaron para jugar al parchís e hincharse a licor de pomelo el sábado.
El pequeño cabroncete, que perseguía las sinrazones como el cazador de tornados pero sin todo el trajín, amaba pasar las noches escuchando diálogos absurdos sobre médicos y hospitales que suelen copar las horas muertas de las gentes ociosas y las señoras de cierta edad (no diagnosticadas, se entiende).
Luego estaba aquel chico joven. Le dolían las plantas de los pies, sobre todo antes de ir a trabajar. Le pitaban los oídos también, y al incorporarse del sofá de repente, unos mareos le importunaban sobre manera. Por eso y no por otras cosas, creía tener un cuadro clínico de diabetes. El doctor, un hombrecillo curioso de procedencia americana, le dijo que su sintomatología no presentaba ese cuadro concreto, a lo que el chico le respondió con un 'hay que hacer pruebas, no es seguro'. Le conminó a visitar una área del servicio de urgencias concreta, a lo que el respondió con un imperativo y tuteándole: 'apúntamelo que luego no me acuerdo'. El pequeñín se enteró que, al cabo de muy poco, aquel chico joven acabó en la planta de psiquiatría de un hospital provincial.
Menudo cabrón estaba hecho. De todas formas, adoraba a la gente mayor. Las historias que le contaba su abuelo eran imprescindibles para su educación católico-románico-apostólica. Aprendió a ser mayor con presteza y a explotar los escasos recursos disponibles. Conoció a un hombre hecho y derecho, un cuarentón. Recio, y diríase de tez bronceada todo el año. Una vez le dijo, en tono solemne, que sudaba demasiado. 'Es por las pastillas que me tomo'. Su cara de asombro fue total: 'pero hoy me sudan las axilas mucho más de lo acostumbrado, puede que esté deshidratado'. Vete a urgencias, le dijo, pero no te sorprendas si te atiende un médico no nativo. 'Hoy en día no hay diferencia ya, es la globalización, chiquitín'. Y luego llamó al 112 para que le enviaran una ambulancia a casa.
No era tan pequeño en realidad. Su baja estatura convidaba a pensar que era un crío, casi al nivel de Tyrion Lannister pero sin su inteligencia. Era más 'furbo', como se dice en italiano, un listillo nato. En el hospital llegaron a tolerarlo e incluso se hizo amigo del recepcionista. Ellos le contaban historias apasionantes, relatos de gente anónima, gente con sus vicisitudes y sus neuras. 'La noche es muy mala', oyó una vez. No había referencia alguna a fiesta o locales nocturnos de moda. Las amigas vecinas, septuagenarias ellas, formaban parte de la clientela asidua del recinto. Con el tiempo también llegaron a apreciar al muchacho, aunque le cambiaran el nombre cada vez que le veían. Otra vez aguantó los lloriqueos de unos ambulancieros (técnico y conductor), hartos ellos, según decían, de funcionar como un simple servicio de taxis: 'El otro día, un tío al que le sudaban los sobacos, y encima nos hizo parar en un bar para comprar tabaco'. 'Es indignante, putos médicos (los que lo autorizan), ¿pero qué se han creído?' El miedo a las represalias físicas puede que fuera definitivo; de sobras es conocido, en los ambientes no tan turbios, que para que te atiendan en cualquier lugar antes que a otro hay que liar un buen pollo. Montar un cristo, vamos; en los centros de salud suele recurrirse al más manido 'yo pago la seguridad social, te estoy pagando yo', a todo grito y sin miedo a quedar en ridículo.
El retaco, aliado de la comunidad árabe, nunca tuvo problemas de ningún tipo en el barrio, gueto salafí. Como acompañante y oyente de lujo, se permitió la licencia de asisitir a una urgencia con su amigo Muhammad. Le rogó que le acompañase al hospital, ya que él no dominaba el idioma. Pensó que eso no era un impedimento pero accedió de todas formas. Una vez dentro, con el truco de la amenaza puesto en marcha, tuvo la ocurrencia de robar material médico, a ver qué pasaba. Había oído tantas historias sobre el mundillo que pensó que quizá podría portagonizar una. Lo que no se imaginó es que acabaría en una camilla hecho trizas; el recepcionista llamó a la policía en cuanto le advirtieron y éstos se emplearon con firmeza para reducirle. ¡Aquel cabroncete estaba hecho un torete! Como se las sabía todas, denunció a los agentes en cuestión y consiguió una paga de por vida y la invalidez permanente. Cuando regresó al hospital, tiempo después, ya nadie le recibía amigablemente y tuvo que conformarse con fumarse sus pitillos en la entrada, al acecho de cualquiera que quisiera conversar.
El mes de agosto es muy malo, pero por suerte ya se acaba...
'¿Me puede llamar a un taxis?' *

*Por cortesía de mi compi David Guitart.

domingo, 19 de agosto de 2012

RECUERDOS AL FUTURO

CARTA ABIERTA A MI VIEJO AMIGO TONI
(ALLÍ DONDE ESTUVIERE)

Hoy hace un año que te fuiste.
Imagino que durante todo este tiempo has recorrido lugares ignotos y lejanos desde allí, desde el futuro. En el viejo presente, tu recuerdo permanece imborrable; aquí, en las trincheras, todo está vacío y carece de sentido por momentos. Tu figura impregna las noches de hastío mientras el asfalto arde detrás nuestro inexorablemente.
El mundo sigue en crisis, Mac. Y la gente ya no llama para decir que está enferma, tenías razón. Están todos acojonados: tienen un miedo atroz a que les echen. Y les entiendo, eh, que la cosa se ha puesto muy chunga, tío. No te rías, ¡te lo digo en serio! La amenaza, esta vez, es muy real. Al punto de comernos el terreno de los derechos conseguidos por nuestros antepasados: gente sometida al arbitrio de vejaciones y humillaciones varias -más propias de tiempos remotos que otra cosa-, sufridas en el más absoluto de los silencios. Se oyen auténticas barbaridades, tío. No entiendo cómo no hay más violencia social.
En el office hay una foto tuya de la noche del cambio, ¿recuerdas? En tu vida terrenal dejaste profunda huella. Hoy, por ejemplo, ha salido una anécdota sobre tí, y te han nombrado como si nada. Como si no te hubieras ido. Si pudiera hacerles entender que en realidad sigues aquí pero en el futuro... pero no me apetece. Me encontraría la mirada por respuesta. Ya sabes. Aquella mirada de incomprensión absoluta, aquella de '¿de dónde coño ha salido este tío?'. Es algo que siempre hemos tenido en común: a ambos nos encanta provocar.
Me hubiese gustado relacionarme con tus niñas. Y hasta hace poco no le envié una solicitud de 'amistad de Facebook' a Ana, y no veas lo que me costó. La culpabilidad me corroe y dejo que me domine sin remedio; me he acobardado demasiado todo este tiempo, me aterraba la idea de un Toni sin el Toni. Hablar de ti pero sin ti. En los próximos tiempos intentaré acercarme a ellas, aunque sólo sea para ver tu imagen reflejada en sus gestos y tu legado al cabo de tan poco.
¿Te gusta la canción que te he puesto al principio? Me acompaña estos días recesivos, días en los que no me puedo quitar de la cabeza ese maldito ataúd. Txema me advirtió que no lo hiciera en vano. Quería cerciorarme, comprobarlo por mi mismo. Para los que no estamos en un estadio superior es duro convivir con ello, pese a que haya estado viajando entre la neblina y la tristeza del más allá desde entonces. No te me puedo quitar de la cabeza visto de esa manera, y no lo soporto. Cuando me calmo, me repito que aquello sólo fue una etapa en el largo camino, una parada corpórea meramente transitoria; fueron casi cincuenta los días que aguantaste el circo del dolor de los tuyos (con estoica madurez y extraño sosiego), ¿o tardaste más tiempo? Ya tendré oportunidad de satisfacer esa curiosidad, pero no ahora. Tengo planes a largo plazo, sigue leyendo.
Este año he vuelto a Italia, ya tocaba. El maravilloso influjo del sur y las islas, nada nuevo para ti. Y estuve en el Perú, mi primer gran viaje transoceánico. Alucinarías con el Macchu Pichu... su belleza sólo es comparable a la epifanía del astronauta errante. He logrado detener el tiempo en multitud de ocasiones más desde que la encontré a ella, ¿recuerdas lo que te alegrabas por mi? A veces pienso en lo espartano de tu penúltima estancia, yo tenía una cena. Hablábamos del futuro y no me pude despedir de ti.
Me he hecho la campiña mía, sabes, pero me queda un poco lejos. Tanto coche me suele amargar e intento desviar la atención hacia otras lides. De todas formas, ésta es una tierra próspera y tranquila para crear una familia porque, agárrate, voy a ser padre. ¿Cómo suena? Puedo ver tu expresión con claridad mientras me dices algo sobre sentar la cabeza y culminar un proyecto por fin. Me das un abrazo y entre lágrimas te espeto su nombre al tiempo que sonríes sobre sus orígenes y la paz del Ser. Ten por seguro que le hablaré de ti.
Hoy, sobre esta hora, seguiste tu camino. Exhalaste tu último aliento sobre este polvo baldío dejando huérfanos a tantos, incluso a los que no te querían. En esta dimensión de carne y huesos, te rendimos homenaje y sincera pleitesía, jurando mantener vivo tu recuerdo hasta que nos volvamos a encontrar como almas descarriadas o en otras esferas del espíritu.
Hasta ese día, amigo mío, disfruta del viaje y manda recuerdos al futuro.

martes, 7 de agosto de 2012

DEL NIDO AL INFINITO


El tipo no era de los que aceptaban un ‘no’ por respuesta. Y la paciencia nunca se impone a la incredulidad.
-¿Te gustan las gafas?
-Sí, claro.
-Mira, escucha, aquí tengo éstas…
-No, gracias, no me interesa, ya tengo unas.
-A ver, ¿me las dejas ver?
De hecho, no esperó a mis pesquisas y se abalanzó sobre ellas arrancándomelas de la cara. Las escudriñó como quien lee las instrucciones de un medicamento de nombre impronunciable y buscó en su zurrón un par de la misma marca. Volví a insistirle -además del lenguaje corporal negativo continuado- en que no estaba interesado en adquirir unas nuevas, pero eso a él parecía no incomodarle; lejos de las estrategias comerciales más burdas, su intrusismo se cimentaba en una convicción abrumadora y una capacidad de autoestima sin límites. Me arrojó las gafas con desprecio y sin mirarme a la cara.
-Escuche, de verdad, gracias pero no…
Hablaba atropelladamente en un dialecto casi ininteligible.
-No, escucha tú. Cuando yo hablo tú callas y escuchas. Estas gafas… ¿De dónde eres?
Y sin mediar otra palabra tras las primeras sílabas de mi origen, torció la vista de repente y siguió con sus andares decididos hacia otra zona más concurrida. Miré a mi novia y luego al tipo, que se afanaba en desaparecer de mi campo visual a toda prisa. Nos quedamos un buen rato entre atónitos y acojonados, no sabría decir. Sobre el papel, Nápoles y sus alrededores no eran precisamente un vergel de gente atenta y buenas intenciones, cosa que prejuzgamos de antemano (echando mano del estereotipo).
Estuve un rato pensando -mientras tomaba el sol y me dejaba llevar por la modorra del sol y la arena- que quizá aquél napolitano fuera un soldado venido a menos, un pobre diablo que sufría una especie de degradación del rango que una vez debió ostentar, como una condena; cuarenta y tantos, moreno, de complexión fuerte y hecho al mar como las perlas a las ostras: algo no cuadraba. Estudié sus prisas a posteriori al plantearle mis hipótesis a Laura, que debió pensar ‘¿todo eso por vender gafas?’, como si sólo pudiese ser un simple buscavidas o un ‘servesa-bier’ de Barcelona más. Rechacé su apunte (mío-mental) y seguí obcecado en mi idea inicial, pese a que aquel tipo de trabajo no era propio para alguien de su edad. ‘Piensa que esta gente envejecen pronto y tienen una vida muy corta’, me decía para mis adentros; había leído tanto preparándome para el papel, que, al final, parecía estar viviendo en una puta película y Stanislavsky ser una broma a mi lado. ¿Se folló a la esposa de algún capo? No, el castigo hubiera sido mayor. ¿Sería igual de pringao toda la vida, como Lefty Ruggiero en Donnie Brasco? Puede. Según ‘Gomorra’, del gran Roberto Saviano, la mayoría de mafiosos aspira a vivir la vida a tope y no piensan en dejar un cadáver bonito.
Hoy, los días de ruta por la costiera amalfitana han quedado atrás. Mi italiano sigue siendo más que decente pero toca volver al inglés y centrarse. Estas noches de agosto -en mi acostumbrada trinchera-, practico las mil maneras de maldecir y soltar tacos partiendo del ‘fuck’ de las nuevas series de televisión made in USA (mientras espero las nuevas temporadas de 'Breaking Bad' y 'Sons of Anarchy'). Y veo los Juegos Olímpicos desde la barrera del entrenador que lleva cuatro años preparando a su pupilo pero acotándolos a nueve (meses), limitando y puliendo los cambios que puedan perjudicar a la corta pero intensa carrera de fondo actual.
Con todo, trato de eliminar del calendario los días que restan para llegar a septiembre, pero soy incapaz. En septiembre, si lo preguntas, el infinito se desencadenará tan precipitadamente como el nido derretido por el calor de este verano. Como síndrome efectivo, dejaré de lado todo lo demás para ocupar el resto de los espacios en blanco, reinventando y redefiniendo una manera de continuar con este pequeño vodevil que nos tiene a todos en vela.
No puedo esperar. El ansia me puede, es superior a mi. Y pasará este 2012, año del demonio burlón, y el gentío seguirá empeñado en autodestruirse. ¿Qué mundo le voy a legar a mi futuro hijo? ¿Quedará algo del pastel? Con las horas que me queden, independientemente del cosmos y su lenta agonía, construiré un fuerte de muros más altos que la muralla de hielo de Invernalia*. Navegaré por los siete mares si hace falta, lo que sea para no someterme a la presión de la decepción. No hay un ‘hasta cuándo’ cerca ni debería importarme, y en eso radica la grandeza del sueño que compartimos desde el palomar. Y controlar esa congoja, mi principal y prácticamente única misión.
La distancia desde el punto ‘M’ al ‘G’ se tendrá que reducir hasta la mínima expresión sin ‘peros’ ni desesperos porque, aunque la paciencia nunca se imponga, mi pequeño cabroncete no creo que acepte un ‘no’ por respuesta.
*Juego de Tronos (Canción de Fuego y Hielo). ¿Empiezo la saga?