jueves, 10 de septiembre de 2009

SEÑORA DESESPERO

Mujeres.
Díselo, ¿qué es lo que te hace olvidar tan rápido y permite crear algo nuevo de la nada?
Olvidar. Puede que sea esa la palabra clave. Querer olvidar. Si se tuviese que omitir un recuerdo que no es tal, ¿cómo cojones se haría eso? No es que hayas sido bueno con ella, ni que esperes gratitud de ningún tipo (descarta un último polvo, no es buena idea). No te conviene saber la verdad, porque de hecho, no hay cuchara (¡ni recuerdo!).
Siempre te sentiste culpable por no quererla, por sus atenuantes y toda su mierda. Y sí, el sexo te mantenía pegado a ella. Le dijiste a un amigo: seguiré ahí hasta que se canse, y eso será lo que me lleve al zurrón. Un vaso de vino y un chusco de pan seco me acompañarán en las frías noches de invierno, pero tú sabías que habría algo más. Siempre hay algo más.
Mujeres.
No recuerdas cuando te convertiste en ese monstruo, pero sí podrías asegurar que ellas te han hecho así. Seguro que ahora comprendes que quisiera olvidar, era demasiado evidente. Nunca diste tu brazo a torcer, y aunque eso no te corroa los domingos por la mañana, sí que es tu puta rémora.
Todos te dejan solo. Me refiero a que si no tienes pareja, hoy en día, te miran raro. No haces lo que se supone que debes hacer. Incluso si te has dejado recientemente, tus amigos se muestran reacios a comentar el hecho de que puede que ella ya se esté follando a otro. Tú intentas mostrar una naturalidad nada natural en tí, qué cojones ibas a hacer, ¿parecer afectado?. Mejor que esté con un oso que le dé abrazos y la mime. En el fondo, vuelves a casa con un par de copas de más, algo tontito; has tenido que recriminar esa actitud en pos de tu amistad, entre tragos y jirones de humo, y no aciertas a saber por qué, ya que no sentías nada por ella ni podrías hacerlo en cien años de vida en común y pedos en la cama.
Un trayecto de 15 minutos se convierte en media hora larga de paseo. Aún hace calor, pese a estar a finales de septiembre, y decides disfrutar del trayecto poco a poco. Abstraído en tus pensamientos, intentando encontrar la raíz de la recaída, se te ocurre que cualquier hijo de puta podría atracarte, lo tendría verdaderamente fácil. Pero en tu puta ciudad de provincias nunca pasa nada, excepto los pensamientos absurdos repetidos como ése.
Mujeres.
Cada nuevo encuentro con una fémina remueve tu mundo y lo pone patas arriba. No es una cuestión de debilidad, ni existe tal guerra, desde luego. Es el principal juego de la vida, el que más bordea al córtex, en el que además todo son idas y venidas. Si pasas y no ofreces algo más importante que tú mismo… no sabes qué cojones seguiría. Sólo crees que ya no ves posibilidad de perder nada por el camino. Ella ya no está, como antes aquella se fue, y hoy ya hay otra. Es por tanto injusto soltar mierda por la boca o disparar al mensajero, porque tú haces lo mismo que ellas: esto es, seguir hacia adelante. Seguir y seguir y que pasen los años; puede que algún día te sometas al yugo del deseo compartido y ansíes dejar de buscar estúpidas respuestas, pero mientras tanto, ves las cosas venir como si ya no tuvieses nada que ganar, dejando a un lado el desespero.
Las apariencias son instrumentos que debes aprender a tocar. Si vives en sociedad no hay otra opción, y a fe que es difícil dominar esos resortes. Todo lo que no dependa de tí te parece improbable y remoto, pero no basta con eso para hallar la tecla adecuada: nadie está preparado para obviar esa mierda. Bueno, nadie excepto aquél eremita del que no recuerdas el nombre. Como esclavo de los ojos, pues, lidiarás con Argos y le brindarás la victoria de tu nueva mecenas, artista inocua, próxima víctima. Es parte de la doble moral que hay implícita en estas líneas: querer o pretender sufrir… para qué, si muy probablemente ya te habrás follado a otra tu también, maldito truhán.
Mujeres.
De ellas se dice que depende la existencia, y no vas a ser tú el que diga lo contrario, dichoso Sansón. Son capaces de querer y olvidar (de querer olvidarte) en unas pocas horas de diferencia, mientras tú seguirías sin duda atónito el cariz de los acontecimientos. Las entiendas o no (inútil discusión), no cometas el error de preguntar cuál es la distancia entre el olvido y el amor, hazme caso, que el reloj sigue corriendo y la realidad no es tal, que de la nada te tropiezas con desespero (ahórrate el pensar que eres especial); anda
, ve y déjaselo claro.

martes, 25 de agosto de 2009

LA CREACIÓN DE UN MONSTRUO


Érase una vez un joven científico que odiaba su trabajo y que tenía el imperativo de permanecer.No se hizo científico por accidente, ya que siempre fue precoz; con cuatro años hizo arder enterita la cabellera de su madre, en un experimento extraño, con fuego y lagartijas de por medio (eso sí fue un accidente).
A los veinte años firmó por una multinacional farmacéutica y ya disponía de su propio espacio para trabajar: un laboratorio un tanto lóbrego en los bajos de una antigua casa de estilo colonial, en la montaña, propiedad de una acaudalada familia de la que renegaba. En ella residía su madre, anciana mujer_parte del mobiliario de la hacienda, así que no tuvo reparos en convertirla en su cuartel general. A resguardo de miradas ajenas, Vincenzo -que era así como se llamaba- se pasaba las noches enteras entre probetas y tubos de ensayo: una tras otra, labores de encargo iban sucediéndose sin pausa, hasta que llegó un día en que finalizó su contrato, y pudo por fin empezar a respirar. Estaba harto de neutralizar los virus masivos que solía lanzar la industria farmacéutica en función de sus necesidades (ese era su cometido habitual, sí); era hora de empezar a amar su trabajo de verdad.
Había acumulado el dinero suficiente como para llevar a cabo su sueño más anhelado: crear al ser perfecto. Tenía los conocimientos, dominaba la técnica y disponía del capital y los medios para llevarlo a cabo. Como buen científico, no veía ningún problema moral ni ético al respecto; se había pasado diez putos años creando fármacos para salvar a la humanidad de la nada (o sea, del pánico), sólo debido a los intereses de unos pocos.

Estuvo ocho años sin salir del laboratorio. Se hizo adecuar su desorganizada torre de marfil para no tener que pensar en nada más que en su objetivo final. Se obcecó tanto como los famosos alquimistas en el pasado o los habitualmente infructuosos buscadores de oro del oeste americano: acabó por perder el norte. Una obsesión que le impidió distinguir entre sueño y vigilia, día tras día, hasta parecer una burlesca caricatura del Jim Carrey-Enigma (que ya es difícil), en el Batman aquél cutre de Val Kilmer.
Finalmente, una noche de agosto, el minúsculo organismo celular que presidía la sala, diana de sus investigaciones (santo de sus devociones), cobró vida propia. El recipiente en el que se hallaba explotó, cayendo al suelo el bicho y empezando a resquebrajarse en lo que parecía una inminente transformación. El laboratorio quedó hecho trizas y Vincenzo, producto de la deflagración, había perdido el conocimiento y yacía en la misma superficie sin heridas de gravedad, muy cerca del jodido mutante. Ambos se despertaron al mismo tiempo; cara a cara y justo al mirarse, con el ente hecho grande y cubierto por una asquerosa capa de mucosidad, Vincenzo soltó un grito ahogado y ensordecedor, como si hubiesen asesinado a la mismísima hija del Don (con él presente) en las escaleras de un teatro.
- Dios mío, ¿pero qué he hecho?_con la Cavalleria Rusticana de fondo.
- Me has hecho a tu imagen y semejanza: yo soy tú.
Vincenzo, con los ojos como platos y en un ataque de locura, corrió al piso de arriba a buscar a su madre. La atmósfera estaba muy cargada y no se veía un carajo. Ella descansaba en su sillón, inerte.
- Mamá... ¡¡Mamá!!
No respondió, pero no tenía tiempo para eso. Buscó casi a tientas en la alacena del salón principal hasta tocar con los dedos el objeto que pretendía encontrar. Bajó rápidamente a los bajos de la choza, a su laboratorio destruído (a lo que quedaba de él), pero el sujeto no estaba allí. Después de un rodeo, lo halló sentado en una roída silla, ojeando un viejo libro de Hemingway mientras se fumaba un cigarrillo.
- Dime. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?_Vincenzo temblaba.
- ¿Recuerdas el principio? ¿El "cómo" empezó todo?
- ¿De qué cojones estás hablando? ¡¡Yo sólo quería crear al jodido ser perfecto!!
- Tú siempre has querido permanecer, no morir, ser eterno. ¿No es eso la perfección del ser? Tu ADN está por todas partes. Estás ante la otra cara del...
Lo que parecía un discurso razonado del clon se vio interrumpido súbitamente por un disparo seco, a quemarropa. Vincenzo, preso de un pánico sin retorno ya totalmente fuera de sí, acababa de matar a la obra de toda una vida, a su intento de Ser perfecto. De pie, aún apuntando al ser caído, empezó a llorar a lágrima viva, totalmente desconsolado. Le invadían un cúmulo de sensaciones y sentimientos que se tornarían en un cóctel fatal: exhausto, se dejó caer sobre la misma silla en la que se había sentado su otra cara y recogió un trozo de cristal de los restos del desastre. A esas alturas, no dudó en utilizarlo para hacerse el hara-kiri y, mientras veía caer sus intestinos por el piso, dedicarle un último pensamiento al monstruoso ser en que se había convertido.

viernes, 14 de agosto de 2009

VELAR CERTEZAS



En plena temporada alta pero con un ojo en el noveno mes, aparecen los primeros problemas de convivencia con la azotea, los tradicionalmente más angustiosos. Aquellos que te obligan a estar en guardia constantemente, y que, en estos días, no pueden permitirte hacerte flaquear (una vez más). Están tus progresos en juego -como la terapia del boss Soprano, aunque él no esté muy seguro-, y evitar que la salud se tambalee, mientras la gripe de los cojones no debería asomarse a esa ecuación pero podría (paranoia mediante).
Es siempre esta temporada propicia, además, para organizar y desdeñar proyectos, idas y venidas, ideas de vida. El dinero entra, desde luego, a pesar de que no debería pesar como lo hace; jamás pensé que la crisis de los telediarios y la prensa pudiese afectarme tan de cerca, pero es un hecho. Está confirmado que dependemos del puto parné y de que no hay nada que hacer al respecto, mas pensar sobre ello lo suficiente como para no cometer errores y avanzar con paso firme; descartado momentáneamente cualquier éxodo, pues, la historia arranca en este mismo punto: conformista, real, y desequilibradamente obstinado (¿obnubilado?).

La muerte de Jarque el pasado fin de semana abrió la caja de los truenos. Un buen central con un presente brillante y un futuro en la Roja, pero eso es lo de menos. La cuestión es que cayó fulminado al suelo mientras hablaba con su novia por teléfono. Teniendo en cuenta todos los atenuantes (deportista de élite, ningún problema cardiovascular conocido, etc.), perspectivas oscuras intimidaban al actual proceso de enclaustramiento hospitalario.Como resultado, las noches se tornan más largas, si cabe, y la posibilidad de madurar propósitos queda congelada, como desmitificada.
En el caso de la famosa Gripe A, más de lo mismo: mueren dos personas de mi edad en el estado español, y ambas sin un cuadro médico jodido (es decir, sin ninguna otra enfermedad). Con el tiempo he aprendido a que estas cosas no me afecten en mi día a día, pero esta vez es diferente: siento con crudeza el dolor a no poder decidir un futuro que avanza con premura y que advierte a mamporrazos de que ya es pasado; sería fácil recurrir al "mañana podrías estar muerto, vive la vida a tope" y mierdas positivistas así, pero nunca es suficiente.
Esta vez el contexto sí que puede llegar a amedrentar (aunque nadie diga la cantidad de gente que muere al año por una simple gripe), tanto que ver el paso de las horas en ese estadio, mientras me tengan aquí en cadenas, resulta mucho más desalentador e imposibilita cualquier tipo de raciocinio que no sea revelado. Y no te creas que no me jode no salirme del rebaño esta vez (y eso que gozo de información de primera mano sin pánico casi asegurado).
A falta de guías a los que seguir y con los mareos y el jinete pálido al acecho, el choque de trenes que se insinúa a un año vista es totalmente desmoralizador: querer abandonar tu barrio por puro instinto, como si una naturaleza nómada hubiese sido una cicatriz primaria, y sin embargo no poder hacerlo. Hay una barrera artificial de lo más sarcástica, como si a un ciego le hubiesen concedido el don de ver más allá.
Cierta insatisfacción, acrecentada por todo esto que escribo, podría ser la causante de un nuevo brote, pendientes únicamente de medir su virulencia y alcances en una última fase. Es difícil aunar objetivos con el suelo que se pisa, llegar a un acuerdo que no te haga parecer frustrado o peor aún, amargado de cojones. No es solamente por lo que piensen, es por lo que yo sé seguro que no se debe asumir; vivir una vida plena es altamente improbable (siempre es menos de lo que parece), pero no se puede seguir por esos senderos velados con tanta frecuencia, si es que quieres sentir que puedes sacar provecho de toda esta mierda. Y el fruto debería ser, sin duda, lo que comúnmente suele denominarse "experiencia".

El problema aparece cuando te paras a mirar tu reloj biológico; sin treguas ni castigos, el año que viene habrá otro Tour (en el que
Contador probablemente vuelva a ganar), tendrás un año más, un pelo menos... y no servirá de mucho haber aprendido la lección. Creo que si sigo así y llego a viejo, podría llegar a ser un sabio anciano y formar parte del Consejo, quien sabe. Mi mecanismo de autotapado, ocultando certezas pese a conocer la verdad, de tan típico y tópico, apesta, puesto que ya no son quejas simples ni desvaríos ni gritos de socorro ni ramalazos peterpanescos; los límites del ser, conocerse a uno mismo y saber hasta dónde puedes llegar y dónde debes frenarte, es el resultado más palpable al otro lado del dilema. Velar certezas... ¿hasta cuando? ¿Acaso espero ser rescatado? Mis sueños recientes hablan de nada, pero me sorprendo mordisqueándome los labios asiduamente, apretando con fuerza el puño cerrado, mirando el calendario...
En plena temporada alta y en medio de esta asfixiante ola de calor, la azotea parece pedir auxilio mientras la vida real exige lo mejor de mí y asusta a maniobras futuras. Saber de qué pie cojeo no me sirve de mucho, ya que escondo mis cartas y otras siguen debajo de la mesa, y me encanta repetirme. Siempre he buscado desconcertar al pequeño público y ahuyentar al grande. Será porque nada ocurre y no consigo cura y no sé cómo cojones acabar este escrito ni cuál era el propósito para dejar de darle vueltas a esta mierda de ciudad sin mar...

sábado, 8 de agosto de 2009

SI MIRO ATRÁS


Si te soy sincero, no sé por qué miro atrás.
Atrás donde hubo algo inexorable pero pasado, a fin de cuentas. ¿Es el recuerdo de una vida que fue, tal vez, o la posibilidad de algo que siempre he pensado que debería ser? Pregunta fuera de lugar, puede que sea el mundo que imagino, uno donde los astros no se quejen más. No es ese tipo de mirada, dame un segundo.
Tampoco es debido a mi situación actual. Nunca lo ha sido. Haga lo que haga no se va, no parece querer irse. Así de simple. Implícitamente, está por todas partes. En el aire que respiro, en los sitios que visito, en los labios que beso y hasta en este mismo lugar, ahora, en este puto teclado. Nadie pidió ser agasajada de semejante manera ni la actual añada lo merece, desde luego. Reconozco la injusticia. Achácalo a mi cabeza, y tírame a las arañas si quieres.
No hay nada que reservar pero, las cifras hablan y los sentimientos se distraen. La idea de una sombra de este calado no implica quedarse atrás, anclado en esa percepción (de altura debo decir). No impide vivir con otra cara, desde otro flanco.

No fue en espera de una vida mejor, pero admito que me vi obligado a caminar mirando para otro lado, aún a sabiendas de lo que había encontrado; de los desaires (¿cuántas veces me apartó de su vera?) hasta el punto de reconocer vagamente una imagen en mis pensamientos, una especie de espectro apaivagado, reactivado después por obra y causa de las nuevas tecnologías, herejías tan implacables como impagables. Encontrar... ¿tan subjetivo y dañino resulta, algo que debería ser jodidamente obvio? Una negación humillante bastaría, si no me diera por enterado mejor.
Por lo demás, el magnánimo juez de turno ya dictó sentencia (las estadísticas no se callan). En realidad ya no diviso nuevas dichas desde mi atalaya de cristal, ni viejos nichos tampoco; siempre supe toda la verdad, e pur si muove, como si cualquiera pudiese decir que "es un desastre con todas las letras impresas, mentecato". Uno a uno desfilan todos esos fotogramas, todas aquellas cosas que me convirtieron en el ser más descreído y honrado de este mundo por igual, y cuando pude decidir de veras (durante el segundo renacimiento), no dudé ni un instante; términos como amor, obsesión y miedo se entremezclan en una orgía de dictámenes que el equilibrio desdeña sin remisión, pero que nunca han dejado seca esta pluma, al igual que un gran colocón. Pese a que en realidad no te atañe y cierre los ojos cada vez, creo que este sería un buen resumen, así que no te preguntes "por qué". O abandona esta tierra quemada a viva voz, que se entere todo el mundo (y yo mismo de paso).
Creo que yo ya sé por qué miro atrás. ¿Es totalmente inadecuada la pregunta inicial, pues? Redefinir los parámetros que me vieron nacer de este modo, hoy en día, alejan y profanan torres y sepulcros que omitir, pero no la vista que de ellos resulta.
¿Y si lo reduzco a un recuerdo, en vez de este fútil intento desarraigado, senil y demasiado espaciado? No es ese tipo de mirada la que dirige mis dedos esta noche, pero tampoco estoy muy seguro, ya que ansío un último intento, dame otro segundo (pasado y futuro se confunden); anoche, desalmadamente borracho en mi esquina solitaria (durante los festejos del gran inquisidor), viéndoles danzar embriagadoramente alrededor de una hoguera, hice una ofrenda para aquello que no tuvo nombre, y pude pasar la noche viendo, sin espacio, la figura de ella. (*)
Han empezado los Juegos Olímpicos.

Hoy era siempre todavía.
Ya hemos llegado.
Si miro atrás, veo.
(*) He pasado toda la noche sin dormir, viendo...
Fernando Pessoa.

martes, 28 de julio de 2009

JUSTO ENFRENTE MÍA

SERIE B
Justo enfrente mía
y después de medio año,
observo mi actual desdén, mi agonía;

Justo enfrente mía
y viajando, craso error,
¿acaso fueron las palabras medicina tardía?
"No es nada de tu incumbencia", dictando cruel sentencia.

Fuera lo que fuese ya se fue;
una sola cara, cara mia, debo dejar pasar.
¿Tan pronto descubriste mi desaire crepuscular?

Justo enfrente mía
se halla mi enferma flor favorita;
ocultar sin desentonar,
jugar a nada si el tiempo se va.

Justo enfrente mía
apareció el verdugo croata;
"no se apure, no hay corbata,
olvídelo y sonría".

Justo enfrente mía,
no supe como acallar las voces de esa jauría,
y aunque debería,
no pienso ceder mi autoría.

lunes, 27 de julio de 2009

SI EL VOLAR CERCARA

SERIE A
Si el volar cercara el espacio que me separa de tí,
poco quedaría si no me dejasen sufrir.

Si el volar cercara y pusiera coto cerrado, lucha aislada,
jamás encontraríamos la respuesta más acertada;

si el volar cercara y acojonara mi halo más profundo,
ten por seguro que si respiro ya es todo un mundo.

Si el volar cercara a las luces de emergencia y la cabina pierde presión,
recuerda que una cerveza tal vez dos,
no garantizan obviar tal sofocón.

Si el volar cercara y escondiera o pospusiera malos aires, agárrate,
tiembla,
y hazme un favor, ¿quieres?
Deja las quejas para la vuelta.



21.09 del 15 de julio, volando y pactando.

miércoles, 24 de junio de 2009

DOS AÑOS DE TOLERANCIA (EN TRAVESÍAS POR DESIERTOS MOVEDIZOS)


La tolerancia es un bien que escasea en nuestra sociedad moderna actual.
Las migraciones masivas del nuevo milenio (y la Era de Acuario) han destapado una cruenta realidad -aquella que pregonaba Fukuyama y no sé porqué recuerdo hoy- basada en el choque de civilizaciones; en vez de hacer un frente común para darle cierto sentido a la palabra "global", la mayoría de habitantes de este planeta han/hemos decidido barrer hacia nuestro propio territorio sin escrúpulos ni lavarse/lavarnos las manos antes. Cualquier novedad es recibida como una amenaza de lo más temida, justo cuando otro término, el tan manido "cambio" (change mejor), no paraba de invadir los salones de nuestras moradas. ¿Qué elegir, pues?
Que con qué nos quedamos (si decidimos obviar burdas demagogias). Demasiada responsabilidad resulta, si ambas vías siguen por los mismos derroteros y no pretenden ni aspiran a contraer matrimonio (por más que nos sigan intentando vender la moto y no podamos huir de la guerra entre realidad y/o ficción).
La reacción primigenia es el pánico. Tenemos miedo. Miedo al otro y a lo desconocido, miedo a cambiar de verdad y sin gastar su única y originaria acepción (que nos acercaría al movimiento), punto de inflexión necesario cada cierto tiempo y para cada época; miedo a que el Real fiche también a Ribéry pese al triplete, miedo a no poder dejar de mirarnos el ombligo y, en una postrera consumición, miedo a morir. Pero basta ya de cháchara. Sin el individuo no hay gracia ni desgracia, ni flechas, ni Croacia. Ser tolerante en un conjunto como el que versionamos es tarea harto difícil, ya que tendemos a enclaustrarnos; a más de uno lo enviaríamos a la puta mierda sin dudarlo ni un instante, ya que no hay nada como el volcar tus insatisfacciones en una espiral de violencia y agresividad. Asomarse a la azotea es un riesgo que se tendría que asumir sin grandes aspavientos. Añádase la crisis económica más grave desde el crack del 29 (del siglo pasado), y nos toparemos con una auténtica bomba de relojería en las calles día tras día.
Ser condescendiente, pues -tanto como paciente o hijo del ser más elocuente-, es una virtud que, al igual que el resto de sus congéneres, Enzo parecía no poseer. Como buen regente en Acuario, el aire no le traía ni buenos recuerdos ni impulsos altruistas de ningún tipo. Era el único error de su carta astral, pero esto no generaba conflicto alguno para su actual mecenas, perdida la musa de antaño, néctar prohibido del árbol de la vida.
Llevaba dos años en el barrio comprándole sus podridas manzanas a Omar, el hombre de la eterna sonrisa. Sobrevolando las moscas -dura es la vuelta-, acusado por sus más íntimos. ¿Que de qué lo acusaban? De ser intransigente, entre otras cosas. Él siempre respondía a la defensiva -incluso yo misma le advertí cierto desespero-, siguiendo los mismos patrones que aquí escribo. "Tenías que haberme visto hace cinco años, aquello sí que era auténtico canguelo", antes de que empezara a moverse (para certificar lo genuino y pregonar con el ejemplo) y no hubiese ni siquera contemplado el mero hecho de regresar.
Es cierto que a cada persona unas cosas le afectan más que otras, y que, de manera inexorable, esto no se manifiesta de la misma forma con respecto a unos u otros; puedes vivir más de diez vidas al mismo tiempo, no hace falta fortuna alguna, y en todas y cada una de ellas ser un ser distinto. Suele divertir, pero no tanto como para transitar por estos desiertos movedizos durante dos malditos años(sin absolutismos de por medio). Si dos de las personas que más le conocían coincidían en su diagnóstico -él se escuda siempre en que jamás le hicieron pruebas y que resultaba superficial y arbitrario, pero yo lo achacaría más al hecho de haber acudido a las personas equivocadas-, pese a sus múltiples intentos por demostrar o parecer lo contrario, es que algo no andaba bien. Si la actual coyuntura, como decía, no le era muy favorable -si seguimos teniendo en cuenta el inconsciente colectivo de Jung como punto de partida- ni halagüeña, y ya no le quedaban recursos para bucear en su interior más de lo necesario sin autolesionarse ni respirar artificialmente, es que se había metido en un buen aprieto. Y vaya uno para decirle nada, que poco le hace falta para hacerse una montaña e imaginarse enfermedades secretas, menudo negocio...
Él seguía pensando que, en realidad, no tenía nada que cortar. No obstante, no hizo falta demasiado para que de una charla informal saliera una profunda disertación animada; una de las cosas que sin ninguna duda podría asegurar de Enzo es que, si invitas tú y le ofreces un cigarrillo tras otro, te cantará hasta el himno italiano como si fuera el mismísimo Gattuso (el obtuso) crecido, pero me temo que de esto ya dije algo y no quiero apestar.

Lo achacaba todo al tedio, arma sedentaria de doble filo. Si no existe el tiempo y no hay posibilidad de rendición en esta vida, es que no tenía intención/interés en salirse del guión establecido; había echado raíces como siempre había temido, pero no fue conmigo ni cerca de mí.
Creo que detestaba esa dualidad que torturaría a cualquiera al irse a dormir por las noches (sin excepción), albergando inalcanzables deseos que le oscurecerían el rictus y le harían castañear los dientes al mediodía y sin previo aviso -para mí, la última vez que yací con él, como si de un muerto en vida se tratase, asquerosamente apático-. Porque cuando uno cree que lleva dos años navegando por tierras baldías y promesas vacías, cediendo cada pulgada de una boca en situación de leve y poco franca sonrisa, pasito a pasito, y no halla recompensa ni amparo en nada palpable, es que debe volver a la casilla de salida urgentemente.
Creo que él lo sabe y quiere ponerle remedio y un pequeño apósito temporal -como sin duda diría-, porque ni la tolerancia ni la más rancia propuesta que tenga que llevar a cuestas le provoca consuelo, estoy segura.
Sobrevalorar la capacidad individual de transportar pedacitos de tolerancia y miedos infundados implica preguntar y preguntarse, quizá lo mismo que volver a ver a un persona que conociste una vez con la que te llevaste realmente bien. Y cito literalmente, "para mí es muy fácil matar al mensajero, criticar sin piedad o llorar a la mala suerte, pero, que yo sepa, todavía nadie ha encontrado aún la piedra filosofal de los cojones".
Ya no creo que San Juan sea el día perfecto para invadir un país,
al menos no el mío, desde luego.