He oído que en Madrid van a trabajar en canoa y que los pantanos y la conversación están al máximo de su capacidad y que se acabaron las restricciones. Evviva.
Nadie recuerda un mes de marzo tan lluvioso, el que más desde que se tienen datos, ni con tanta ansia por quitarle protagonismo a las idas y venidas de Donald Trompeta. Por no hablar de lo largo y frío que ha sido, incluso si en sus idus celebramos el aniversario de nuestro pequeño y peregrino hijo y se empieza a ver por entre los márgenes el amarillo chillón de la árgoma.
Nosotros ya buscábamos una excusa para seguir encontrando algunos momentos, quince años después:
Uno nunca es lo suficientemente consciente de la suerte que tiene. Primero, por estar vivo. Segundo, por estar vivo y coleando y, tercero pero no por ello menos valioso, por estar cerca de una mujer maravillosa año tras año, una con la que creo mi voglia y mi pesar.
Siempre he tenido miedo de perderlo todo, incluso lo que no tenía. Por eso, en la cresta del hastío y sabiendo que el tiempo es agotable, fuimos al Mar de invierno. Y de ahí hasta el caudal de días oscuros y lánguidos como un funcionario y esta cuesta interminable que no te asegura absolutamente niente, ni la riqueza invisible.
Por cierto y sin que sirva de precedente, sigo enfrascado en la lectura de Antonio Scurati y su megaproyecto sobre il Duce. Creo que me va a tener ocupado todo este año... Un cuarto ha asomado por el horizonte, como me dijo mi amigo Xavi, y es que Mussolini y el auge de la derecha, tan cíclica como una almorrana, dan para mucho.
¡Suerte que soy rico potrico!